Allá por el 1800 se contaban dos leyendas sobre ese lugar. Ambas coinciden en mencionar una extraña criatura que habita en sus aguas.
Por Noelia Irene Barrios
EL LIBERTADOR
A trece kilómetros de la ciudad de Corrientes existe un lugar emblemático que fue escenario de una de las batallas más importantes de la historia provincial. En ese sitio también hay un gran espejo de agua, ahora convertido en reserva natural por la riqueza de especies autóctonas que alberga. Sin embargo, pese a esos notorios atractivos, hoy son pocas las personas que conocen el motivo por el que fue bautizado. Se trata de Laguna Brava y hay registro de dos relatos que mencionan a un extraño ser que habita en su fondo y que durante el 1800 fue motivo de temor y respeto para quienes se aventuraban a pasar cerca de allí.
La primera historia la rescató el naturista Alcide D’Orbigny, del que ya se habló en la edición del domingo 12 por su escandalizada descripción de las damas correntinas en el 1800. En el mismo viaje que este francés hizo por la provincia tuvo oportunidad de pasar por Laguna Brava. En su libro Viaje a la América Meridional, describe que al llegar a la ciudad de Corrientes, en 1827, fue recibido por «el señor Bréard», quien luego lo llevó a su establecimiento agrícola a «tres leguas al Nordeste de la ciudad». El explorador nombra el lugar como «la chacra de la laguna brava».
«Tres lagunas y un inmenso pantano rodean la chacra. Pasé junto a la que diera su nombre al establecimiento laguna brava. El guía que me acompañaba no se hizo rogar para referirme, el origen de esta laguna tan famosa en la comarca por los cuentos de que es objeto», relató el francés y procedió a transcribir lo que le contaron.
«Poco tiempo después de la fundación de Corrientes, mientras un carretero pasaba de noche cerca de la laguna, con su carreta y sus bueyes, los bueyes fueron arrastrados por una fuerza irresistible; y el conductor, después de mucho gritar y llamar a los bueyes por sus nombres, terminó por reconocer que sufrían la influencia de un demonio poderoso, dejó entrar la carreta que está en medio de la laguna, escapó y corrió hasta Corrientes a implorar el amparo de la religión. El cura de la ciudad acudió a conjurar al espíritu maligno, pero este no devolvió la carreta. Desde entonces los habitantes temen pasar por allí de noche, y aún oyen al atardecer el ruido de las ruedas y el mugido de los bueyes», recordó.
D’Orbigny cerró la historia con una afirmación: «La forma de la laguna brava favorece un poco a semejantes cuentos entre hombres imbuidos en supersticiones». Aunque nunca dijo si él se atrevió a pasar por allí de noche.
BLASFEMIA
La otra leyenda es la que aparece en el Diccionario Folklórico Argentino de Félix Coluccio. En este caso, la historia tiene un tinte más religioso y habla de una rica hacendada que ofendió a Dios y la Virgen de Itatí.
Según el relato esta mujer quedó ciega de forma repentina y rogó por mucho tiempo a Dios y la Virgen para volver a ver. Les prometió entregar sus alhajas y una esclava por el favor que finalmente le fue concedido. Ante el milagro, la hacendada preparó la ofrenda y fue en caravana a dejarla a los pies de la Tupâsy.
Ya de regreso, quedó a descansar con sus animales y allí se puso a pensar: «¿Es posible que el Señor me haya negado la vista tanto tiempo y hoy por unas alhajas venga a recobrarla?». Se durmió y al despertar encontró todas sus joyas y a su esclava junto a ella. Al mismo tiempo vieron que de una gran laguna que tenían cerca salió un toro colorado y de cuernos refulgentes. Encantada por su belleza, intentó llevárselo.
El animal se dejó enganchar a las carretas y cuando ya estuvo asegurado, comenzó a correr hacia la laguna. Allí se hundió la caravana con todos sus ocupantes. «La laguna fue bautizada como Laguna Brava, y nadie en la región dudó que la Virgen y el Señor habían castigado la blasfemia de la rica y hermosa hacendada», cierra esta historia.
Reales o inventados, ambos relatos refieren a que algo peligroso habita en esas aguas y que por eso es mejor no pasar muy cerca de la Laguna Brava.
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