El arte de la guerra se basa en el engaño. Cuando se está cerca, se debe parecer lejos; cuando se está lejos se debe parecer cerca; aconsejaba Sun Tzu, un general y filósofo de la antigua China, a quien se le atribuye ser autor de un gran tratado de táctica militar. Buena parte de la clase política argentina aplica esas estrategias, atadas al concepto de que en el campus democrático los rivales, también, son enemigos.
Pasados los efectos alucinógenos de la elección de medio término, en la que todos parecen haber ganado (en público), mientras refriegan su ropa sucia puertas adentro; los comicios reequilibraron las fuerzas en el poder e instalaron nuevos jugadores en el tablero.
Todos perdieron algo y ganaron menos de lo esperado. Pero ahora, comienzan a aflorar las inquietudes sociales tras los efectos secundarios de la medicina electoral. Acostumbrados a las escaramuzas carecen de grandes proyectos, y la pelea sólo se enfoca en «sus» ambiciones personales, de cara a las presidenciales del 2023. La idea de una gran convocatoria al diálogo -que parecía cerca- está lejos. Pero sí están cerca las disputas internas para una elección que sucederá dentro de dos años. Sin grandes propuestas para transitar la segunda mitad de mandato, la sociedad luce atrapada en las mismas recetas y los mismos actores que consolidaron en las últimas décadas el fracaso económico y la decadencia como nación.
En contraste, la agenda internacional en materia de calidad institucional recorre temas actuales y decisivos, aunque a nuestros ojos parezca futurista: la transparencia algorítmica en el sector público, sistemas de decisiones automatizadas (SDA) que inciden en áreas relevantes para la sociedad, la ética en el manejo de datos, los derechos digitales, las capacidades del Estado para controlar los potenciales riesgos de tecnologías provistas por empresas privadas, los controversiales usos de los sistemas de «reconocimiento facial», o de los de «recomendación» (que utilizan plataformas globales), mientras debate, a la vez, sobre la necesidad de establecer principios rectores y una infraestructura jurídica acorde.
En palabras de Sun Tzu «las oportunidades se multiplican a medida que se toman». En nuestro país, mantiene vigencia una ley de ética pública obsoleta sancionada hace más de dos décadas, y cuya revisión se posterga bajo técnicas de camuflaje. Entretanto -y sin pudor-, se abusa de los instrumentos del poder (el Ejecutivo de los DNU, el Congreso de la delegación de sus funciones, y la Justicia del péndulo de la impunidad).
Descabezadas, dependientes o vacantes, innumerables instituciones de vigilancia esperan a que el poder político les devuelva vitalidad.
Paradójicamente, aquellos que no fortalecen los organismos de control, son creyentes de los controles de precios. En un mundo que avanza sobre políticas en inteligencia artificial, aquí retrocedemos con políticas artificiales carentes de toda inteligencia. Las tácticas sin estrategia, son el ruido antes de la derrota.
Mientras el mundo se pregunta qué tipo de institucionalidad nos legará la pospandemia y advierte sobre la necesidad de una nueva clase dirigente que reemplace a los dinosaurios del poder, la Argentina del belicismo permanente, apenas se propone administrar la coyuntura, guiada por líderes errados que dicen transitar el camino correcto. El arte de la guerra se basa en el engaño, pero hay algo inevitable: No se puede disimular su resultado.
Publicado en Clarín
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