Noelia Barrios
EL LIBERTADOR
En Corrientes el calor asfixia. El aire, la luz, el viento, la ropa, el barbijo. Todo molesta, todo lastima, todo hace falta.
La semana más calurosa del año, hasta ahora, fue también la más intensa de una pandemia que el próximo miércoles 19 cumple un año y diez meses en el país. Con contagios triplicados y los centros de testeo desbordados, la gente se agolpó en el último bastión en el cual puede sentirse un poco más a salvo: los vacunatorios.
La suba de casos de Covid-19 aceleró la implementación del Pase Sanitario, documento que certifica que toda persona mayor de trece años cuenta con el esquema de vacunación completo contra la enfermedad. Un certificado importante, no tanto por lo sanitario, sino por lo que permite hacer. Desde el sábado 1 de este mes, en Corrientes, es requisito obligatorio para el ingreso a eventos masivos, comercios, lugares cerrados, playas y varias localidades turísticas.
La nueva exigencia y el avance desenfrenado de la tercera ola derivó en la demanda inusitada de miles de personas que exigían su derecho a recibir una vacuna que nunca se les negó.
Cada día de la semana es la más calurosa del año, las filas en los siete puntos de vacunación anticovid-19 en la Capital llegaron a tener entre 200 y 300 metros de largo. Por supuesto, las quejas, el malestar, los reclamos y las agresiones no se hicieron esperar. Y el blanco de toda esa negatividad fue, justamente, el personal más exigido en estas jornadas críticas de la pandemia: los vacunadores.
LA ESCENA
El martes 11, a las 16.15, en el club Hércules (Brasil 965) había cuatro vacunadores aplicando las dosis de refuerzo. Son las que sugiere el Ministerio de Salud de la Nación para aumentar las defensas contra el virus.
La distribución de los roles en el cada centro capitalino es simple. Todos atienden por terminación de DNI, en tres aplican refuerzos, en otros tres inician o completan los esquemas para los rebeldes doblegados por el pase sanitario, y en el que queda inoculan a niños desde los tres años. En cada uno, por turno, la cantidad de agentes sanitarios es casi la misma y la de gente que los demanda, también.
Esa siesta, en la vereda, la temperatura marcaba 39º C y una sensación térmica de 41º C. Adentro, cuatro ventiladores bajaban uno o dos grados y el olor agresivo del alcohol etílico transformaba en un hospital todo lo que estaba bajo el tinglado de lo que en otro momento fue, es y será una cancha de básquet.
Había diez hileras de quince sillas cada una, todas ocupadas por quienes esperaban su pinchazo. Eran muchos, pero no tantos como los hubo a la mañana y primaba el silencio. Solo se oían las voces de dos policías que se repartían las tareas de gritar los nombres de los que seguían y controlar el acceso.
Las puertas debían cerrarse a las 17, pero la gente no paraba de llegar. «Señora/or, ya no puede pasar. Ellos (los vacunadores) se tienen que ir también y adentro está lleno todavía. Por favor, venga el viernes, que le toca de nuevo», repetía la oficial. Las respuestas iban desde un «gracias», un «por favor» a un «¿por qué se van tan temprano?». En ese vacunatorio, las reacciones no pasaron de eso. La semana pasada, en otro puesto, una enfermera fue agredida por un hombre que llegó sobre la hora y le exigió que le coloque la dosis que debió haberse puesto hace meses. Lo demoraron, pero según se supo, fueron varias de las personas que esperaban con él y que también la insultaron.
«Acá estuvimos tranquilos. Eso sí, muchísima gente. Solo hoy, entre los dos turnos habremos pasado los 1.500. Unos 900 a la mañana y el resto en este horario», dijo un enfermero mientras pedía que se respire hondo y apuraba la aguja sobre un brazo. Gajes del oficio, distraer para que el dolor pase desapercibido.
De repetitivo, el procedimiento se les vuelve mecánico: llamar a las personas, sentarlas en hileras de a siete, preguntar en qué brazo, pinchar, frotar con algodón, despedir, tirar jeringa y algodón en un contenedor especial, pasar alcohol en las manos, buscar una nueva jeringa, el frasco y volver a empezar. En una hora, no se los vio tomar asiento. No pararon hasta que todos recibieron su dosis.
Terminaron una jornada, al otro día iban a empezar otra. Todavía tenían ánimos para sonreír bajo el barbijo cuando alguien les dijo: «Gracias por tanta paciencia». Después fueron juntando sus pocas cosas, dejando todo listo para la mañana siguiente.
LOS DATOS
El Monitor Público de Vacunación informó hasta el viernes 14 que a Corrientes llegaron 2.356.952 dosis desde que inició la campaña. De esa cifra, siempre según el registro oficial, se aplicaron: 933.446 primeras dosis, 724.110 segundas dosis, 6.366 dosis únicas, 17.159 dosis adicionales y 135.977 dosis de refuerzo. Total: 1.917.077 pinchazos. Casi dos millones de brazos para un mismo y minúsculo grupo de sanitaristas distribuidos en vacunatorios y centros de salud de toda la provincia.
Ese martes, cuando en el club Hércules, ya pasaron las 17.40, el calor asfixiaba como lo hizo todo el día. En la puerta, había personas que seguían llegando. «No pude venir antes. Necesito vacunarme ¿Me pueden dejar pasar?».
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