Entre finales de los años 60 y mediados de los 90, dos antiguos héroes de la historia Sumeria volvieron a la vida y cosecharon miles de seguidores a lo largo y ancho del país. Uno fue Nippur de Lagash y el otro, Gilgamesh, el inmortal y fueron los protagonistas de dos famosas historietas que fueron furor entre los jóvenes lectores. Lo que no es tan conocido es que la mano que bosquejó sus rostros y los rescató del olvido fue la de Luis Ricardo Olivera, «Lucho», un correntino que pasó él también a ser una leyenda para el género editorial nacional.
Sobre su biografía, lo que se sabe lo contó el propio Olivera en muchas entrevistas que le hicieron. Nació el 25 de mayo de 1942 en la ciudad de Corrientes y desde chico manifestó talento para el dibujo y la pintura. Eso hizo que entrara a estudiar en la Academia de Bellas Artes Josefina Contte donde, entre muchos artistas, fue uno de los discípulos de Rubén Vispo. Sin embargo, a los 20, su padre que ya vivía en Buenos Aires, le pidió que fuera para empezar a trabajar allí en una editorial llamada Vea y Lea. Ahí fue y empezó como cadete y ayudante de otros dibujantes.
Ese viaje y ese trabajo le permitieron que llegara a la Escuela Panamericana de Arte donde conoció a otros dibujantes nóveles y a reconocidos historietistas como Hugo Pratt y Alberto Breccia a los que admiraba porque eran los dibujantes de las historietas más famosas de su adolescencia.
Su talento se hizo notar y en poco tiempo comenzó a trabajar para revistas más grandes hasta que llegó su gran oportunidad, en la Editorial Columba, donde conoció a quien sería su compañero y amigo, el guionista Robin Wood con el que trajeron a la vida a su primer gran éxito.
PRECURSORES
Uno de los números de la revista resume este encuentro así: «A mediados de los 60, este señor correntino, que hoy cuenta 47 años, conoció a Robin Wood y regaron su amistad con una gran fascinación por los mitos, la historia y la epopeya de los héroes legendarios. Y, así, en el ’67, concibieron juntos a Nippur de Lagash».
La novedad de la propuesta sobre las aventuras de un héroe antiguo fue tal, que en poco tiempo se convirtió en una de las historietas más demandadas del mercado editorial. Y no son pocos los que afirman que la creación de Olivera y Wood es la gran precursora del género de fantasía heroica porque se publicó antes de Conan, el bárbaro (de 1970), a la que se suele tomar como modelo.
Con su amigo Wood, Olivera trabajó hasta mediados de 1972. Luego la vida los llevó por rumbos distintos, pero él siempre lo recordaba con cariño. «A Nippur lo creamos entre los dos: él le puso el nombre yo le puse la figura; fue un personaje muy conversado. Al principio iba a tener la cara de Jack Palance, pero después opté por hacerle una cara más clásica ¿no? Que fue la que quedó. Y por supuesto, Robin tiene un talento monstruoso», dijo años después en una entrevista publicada por Ariel Avilez en el blog Blancas Murallas.
El éxito de Nippur era innegable, pero al correntino apasionado por Sumeria se le ocurrió otra historia y comenzó a escribirla y a dibujar a su personaje casi sin darse cuenta hasta que, a mediados del ’69, salió a la luz. Era Gilgamesh, el inmortal, que narraba las aventuras de un rey sumerio verdadero, que no quería morir y en poco tiempo iba a ser tan famoso como el otro héroe antiguo.
Con este trabajo, Olivera sintió la libertad de explorar otros géneros y gracias a eso le dio un toque de ciencia ficción muy bien recibido por el público.
Tanto Nippur como Gilgamesh, colocaron a Olivera en el salón de la fama de la cultura nacional. Y, aunque siguió dibujando y pintando, sus dos grandes héroes fueron su mayor orgullo porque lo ayudaron a transmitir su amor por las historietas.
Olivera falleció el 11 de noviembre de 2005. Desde entonces, también él pasó a ser inmortal.