Homilía del arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, en la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, domingo 24 de noviembre, lectura del Evangelio según San Juan, en el capítulo 18, versículos del 33b al 37.
1. Cristo, Rey del Universo. El asombroso diálogo de Jesús con Pilato, su injusto juez, abre un registro nuevo, correspondiente al año que se avecina. De esta manera expone su identidad de Salvador de los hombres: Rey del Universo. No niega, en los términos humanos del poder político, ser Rey: “Pilato le dijo: ¿Entones tú eres rey? Jesús respondió: Tú lo dices, yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz”. (Juan 18, 37) Su Reino escapa a la comprensión de lo que se entiende por “Rey y Reino”. No es de este mundo, pero logra que evolucione hacia el servicio humilde e incondicional de los hombres. Cristo es el modelo único y perfecto de quienes ejercen el poder político. Su versión exacta de Rey es la de Pastor. Las monarquías que conocemos constituyen un servicio al rey, en cambio el Rey-Pastor da su vida por sus gobernados. Cristo es el Rey que ama a sus súbditos, hasta dejarse crucificar por ellos. Hoy recordamos ese misterio de amor con una Solemnidad: Jesucristo Rey del Universo. La Verdad que Jesús testimonia es Él mismo; para eso ha venido a este mundo. Existe una predisposición en quienes deciden ser dóciles a la Verdad. Consiste en una elemental honestidad intelectual, no es muy común. De esa manera se produce la atención a la Verdad que convierte, a los interpelados: “a pertenecer a la Verdad, no a ser sus propietarios”. Es importante no dejar de referirnos a los textos evangélicos para contar con una visión exacta de Cristo viviente, por la Resurrección. Él, cumpliendo su promesa, está hoy entre nosotros, y lo estará hasta el fin de los tiempos. Así, vivo y dando su Vida hoy a quienes creen en Él. La misión que confiere, en ellos, a la Iglesia actual, hace que el mundo reciba la Buena Nueva, para ser instalada en la vida de quienes la reciben. Observamos los frutos de renovación que el Evangelio produce en muchos hombres y mujeres, matrimonios y comunidades fervorosas, niños, adolescentes y ancianos santos. Los medios de comunicación, atareados en escándalos y frivolidades espectaculares, no dan lugar a la santidad.
2. Un dominio al servicio de la libertad. El dominio de Cristo “es suave y ligero” y busca formas humildes para manifestarse. Los súbitos pertenecientes a su Reino, son la parte más pura y oculta de la humanidad. La pérdida del gusto por las cosas de Dios se manifiesta en el silencio de los medios de comunicación. Cuando aparece la santidad, en hombres y mujeres de todas las edades, se convierten en “desaparecidos” de la actual sociedad. Sin dudas, el dominio de Cristo no esclaviza a sus gobernados, al contrario. Nadie como Él cultiva la libertad en quienes se someten a las leyes de su Reino. La verdadera democracia está fundada en la libertad de los ciudadanos y está destinada a crear las condiciones para vivir en libertad y responsabilidad. Se preserva, con leyes justas y equilibradas fuerzas de seguridad, del peligro de toda manifestación delincuencial. Es justicia cuidar la salud de la “justicia”, en las instancias legales y ejecutivas que les corresponden. La ley suprema del Reino de Dios es la caridad. A ella debiera tender toda legislación y lograr su perfección. No es el criterio común, y el empeño por establecer un adecuado orden social e institucional se detiene en los márgenes de sus propios límites e incapacidades. Cristo viene del Padre a establecer ese orden, constitutivo del Reino del que es Rey. Los Mandamientos y el Evangelio son como la “Constitución” del Reino de Cristo, sintetizados en el nuevo mandamiento del amor: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”. (Juan 13, 34) Someterse a esa legislación asegura la pertenencia al Reino de Dios, y en consecuencia, la conciudadanía con los santos y evangelizadores del mundo. La presencia prometida de Cristo resucitado, logra establecerse como Reino en las diversas formas de gobiernos. Se gobierna bien si los gobernantes de las naciones se dejan inspirar por las leyes del Reino de Dios. Las formas de esa inspiración varían conforme a las diversas lenguas y culturas. Si la religión que esos pueblos practican, se acerca a los valores encarnados en Cristo, “no están lejos del Reino de Dios”. Para llegar a la perfección que el Evangelio propone será preciso promover sus valores, aun cuando no se los logre identificar explícitamente con Cristo. El mítico teólogo Karl Rhaner distinguía “los cristianos explícitos y los cristianos anónimos”.
3. Cristo glorioso, presente hoy entre los hombres. Hoy celebramos, aprovechando la conclusión del año litúrgico 2024, una presencia invisible – pero real – de Cristo resucitado en la palpitante realidad que nos envuelve. Lo importante es hacerla pasar de lo implícito a lo explícito en nuestra conciencia, y en la de nuestros contemporáneos. Es la misión encomendada a la Iglesia de todos los tiempos, ya cumplido, en ella, el designio salvador de Cristo. Su estructura sacramental visualiza la salvación, para todos los hombres de buena voluntad. La Iglesia se orienta a satisfacer las diversas búsquedas del mundo, que siempre anda a los tumbos, si el mal y el error persisten y se reeditan. Se percibe esa “persistencia”. Produce un doloroso agobio en la población, en el estado delincuencial que identifica hoy a grandes sectores de la sociedad. Será preciso una saludable reacción, en el mismo pueblo, promovida por sus representantes y dirigentes. Parece poca esa reacción: las bochornosas manifestaciones, mal llamadas “culturales”, emitidas por algunos medios de comunicación, no ayudan, al contrario. El Espíritu Santo, a Quien debe someterse toda legislación, es el que inspira la Verdad, y regula el comportamiento personal y social de los hombres. Se excluye apriorísticamente el autoexamen y la serena confrontación – de las principales decisiones legislativas – con el Espíritu. La Palabra garantiza la existencia de la Ley del Espíritu, y la gracia de Cristo hace posible su aplicación. Desde el Bautismo hasta la Eucaristía opera la gracia divina. Así es preciso considerar la sacramentalidad que se dispensa en la Iglesia, y por su ministerio. No se entiende la preceptiva, que la Iglesia propone, fuera de ese contexto sacramental. La celebración de cada uno de los sacramento, particularmente de la Eucaristía, se aleja de la fría formalidad -o cambio de sentido- en la que los cristianos recaen con tanta frecuencia. El Reinado de Cristo cobra consistencia en la auténtica práctica sacramental. A través de los Sacramentos Cristo edifica y gobierna a su Iglesia. Así lo ha establecido Él mismo cuando le dio vida, desde su costado abierto, mediante la herida causada por el centurión Longinos. El Papa San Juan Pablo II escribió una Encíclica, en la que hace referencia a la Eucaristía, demostrando – en ella – la fecundidad de la gracia sacramental: “La Iglesia vive de la Eucaristía”. Es decir, extrae la gracia que la construye y convierte en Reino, de los Sacramentos, que la Eucaristía sintetiza.
4. Un Reino que no es de este mundo, pero que en él inicia su edificación. El dominio de Cristo, que engendra y perfecciona a la Iglesia, es ejercido en un mundo que lo ignora y contradice. La solemnidad, que hoy nos pone en estado de celebración, nos recuerda que todo se logra en el Reino, que no es de este mundo, pero que aquí pone los cimientos y logra su definitiva realización en la eternidad. La constante predicación de Jesús y de los Apóstoles, manifiesta, con claridad, que el mismo Reino provee la gracia para edificarlo desde aquí. Es el Rey quien suministra la gracia de su poder, para que el cumplimiento perfecto de la Ley (de su Reino) sea posible: el mandamiento del amor. Cristo no se percibe triunfador sino el humilde Redentor de sus gobernados. Sigue derramando su Sangre y dando a comer su carne, en cada Eucaristía. Su autoridad es ejercida desde la Cruz, en la que ofrece la salvación a todos los hombres. Muchos mártires, en las persecuciones de México y España, morían con este grito de batalla: “¡VIVA CRISTO REY! “