Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia.
Jesús, el Maestro único.
Con expresiones suyas podríamos afirmar: «En cuanto a ustedes, no se hagan llamar «maestro», porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos» (Mateo 23, 8). El Padre se encarga de corroborar tal afirmación cuando señala a Jesús como su Hijo muy amado, a quien todos deben escuchar.
Ciertamente se requiere la fe para entender estas manifestaciones reveladas.
Nos encontramos con una manipulación cultural carente de fe y, por lo tanto, exclusora de ese don sobrenatural.
El celo de los Apóstoles, por hacer conocer a Cristo resucitado, responde al empeño por suscitar la fe de sus oyentes, y vincularlos al Misterio de la Pascua. Persiste el mismo interés, en la Iglesia fundada en los Apóstoles, y heredera de la misma misión evangelizadora.
La ausencia de fe corresponde a la insuficiencia en el ejercicio de la predicación, en todas sus formas. Un desafío insoslayable para quienes deben desempeñar el ministerio apostólico.
- La puerta estrecha que conduce a la Vida.
El Señor va al encuentro de las dificultades de hombres y mujeres que encuentran difícil su enseñanza.
La pregunta de uno de sus oyentes así lo expresa: «Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?» (Lucas 13, 23). La respuesta no elude la angustiosa inquietud de su interlocutor, la resuelve con honestidad: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán» (Ibídem 13, 24).
El don de la fe supone decidir el ingreso por «la puerta estrecha», por parte de sus beneficiarios. De otra manera, la fe no logrará su efecto.
Las consecuencias de la incredulidad son catastróficas, según las mismas expresiones de Jesús: «No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!» (Ibídem 13, 27). «Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todo los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera» (Lucas 13, 28).
La Palabra advierte, no atemoriza; la Verdad que trasunta exige y consuela, ilumina e impulsa al bien. Su intención es la conversión de la vida: reconocer a Dios en Cristo y seguirlo.
- La gracia no prescinde del libre albedrío.
Dios no selecciona arbitrariamente a quienes convoca a la santidad. Siembra sus gracias y espera pacientemente que fructifiquen en una tierra removida y dispuesta. Así lo ha expresado en otra de sus parábolas. La recepción de la semilla y su consecuente florecimiento, supone la buena disposición de quienes la reciben.
La fe es un desafío a la libertad de quienes son convocados.
El creyente no está eximido de prestar su consentimiento a la gracia. Aunque no dependa de la voluntad humana, la gracia no prescinde del libre albedrío, lo exige y confirma.
San Agustín, con su proverbial lucidez, decía: «Quien te creó sin ti no te salvará sin ti».
Se equivocan quienes pretenden presentar a la Iglesia de Cristo, y a su enseñanza, como una rígida opositora a la libertad intelectual y de expresión. Su misión es ofrecer la verdad evangélica a todo el mundo, y velar por su recta aplicación. Lo hará como la ha recibido, sin agregar nada a su original expresión.
El Beato Eduardo Poppe repetía, mientras meditaba el Santo Evangelio: «Sine glosa, sine glosa…» y así, como lo hacía Francisco de Asís, lo aplicaba a su vida sacerdotal, como proyecto inmodificable.
- Aceptar a Cristo como Verdad.
Momentos como los actuales, requieren protagonistas dispuestos al reconocimiento de la verdad, cuando aparece. En Cristo aparece toda la Verdad, de manera diáfana y al alcance de todos.
Será preciso descubrirlo en los signos que Él ha elegido para hacerse presente hoy en el mundo. Para ello es preciso dar importancia a esos signos: la Palabra, los sacramentos y quienes están autorizados para celebrarlos. La Iglesia garantiza su aplicación.
El don de la fe capacita a quienes no le oponen resistencia y lo cultivan.
Existe un cierto descuido por tedio y letárgico acostumbramiento. El método apostólico de la predicación mantiene despiertos a los creyentes. Es misión de los Pastores cultivarla con particular empeño. Los santos pastores, como el Cura de Ars, demuestran su extraordinaria eficacia. De este admirable Santo es la frase: «Si nadie les predicara, al cabo de veinte años terminarían adorando a las bestias».
* Homilía del domingo
21 de agosto.
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