Roxana Maidana tiene 45 años y llegó hace más de 20 al barrio Esperanza. En sus primeros momentos se dedicó a observar. Prestó atención y comenzó a ver que allí no había plaza, tampoco polideportivo y mucho menos lugares para hacer actividad física.
Años más tarde, lejos de caer en la queja constante, se propuso generar allí lo que no estaba. Empezar desde cero, como quien riega una semilla esperando con paciencia y atención ver asomar los primeros brotes. Fue tanta la dedicación y el cariño que le puso que sus objetivos se fueron ampliando. Hoy no sólo está a cargo del comedor Villa Esperanza, sino que también lleva adelante un espacio de educación popular, una biblioteca y cumple un rol central en la comparsa barrial.
«Espero después para mí, nada más y nada menos, que el reconocimiento de mis vecinos y que algún día me puedan recordar con cariño. Y que mis hijos se sientan orgullosos de lo que hago. Creo que doy lo mejor de mí misma todos los días por mejorarme como persona», expresó llena de emoción.
DOS OLLAS
REPLETAS
«Nuestro comedor empezó en el año 2020. En tiempos de pandemia asistimos a vecinos con más regularidad. En ese momento entregábamos la merienda los lunes, los miércoles y los viernes. Y también hacíamos la comida todos los sábados. Ese año empezamos a cocinar para 150 familias, luego aumentó el número de gente que asistía y llegaron a ser 200 familias», recordó.
«Así como la pandemia generó la necesidad de asistir más a los comedores, actualmente la crisis económica hace que se triplique la asistencia de las personas. Sobre todo en el nuestro que funciona sólo los fines de semana, no de lunes a viernes donde el comedor provincial los asiste».
«Acá vienen entre 250 y 300 familias. Cocinamos para ellas dos ollas repletas y aún así no dan abasto. Nosotras utilizamos dos cajas de pollos de 10 kilos, lo cual a veces es muy difícil de conseguir, si bien colaboran empresas privadas, particulares, amigos y vecinos. También nos ofrecen verduras económicas para cocinar, porque no es sólo colocar el pollo sino que se necesita cubrir la olla con la verdura necesaria para que la alimentación sea sustentable para las familias».
«Está todo muy difícil por los precios liberados. No hay control de precios en el barrio. La gente busca todos los días poder acceder a una comida. La carne ya se volvió un lujo, algo de una vez a la semana o tal vez una vez en el mes. El comedor ayuda un montón a la economía de las familias porque la mayoría tiene más de dos hijos. Muchas son numerosas, y ya no pueden cocinar una comida normal, eso te sale hoy aproximadamente 8.500 ó 9.000 pesos. Entonces, lo que yo veo que está ocurriendo en mi barrio y en el Montaña es que la gente accede a los comedores provinciales de lunes a viernes, y busca una opción como la nuestra u otros comedores de fin de semana para tratar de ahorrar al máximo y así poder hacer, de vez en cuando, otra comida diferente. Estamos viviendo una crisis muy similar a la de 2001».
«Me parece que el Estado debería facilitar un poco más de ayuda a los comedores barriales y a las actividades sociales que tuvimos que parar de hacer. Hay actividades sociales que se complican por lo precios de los juguetes y de las golosinas. Entonces, cuesta el triple de lo que costaba, incluso en época de pandemia, donde la gente era un poco más solidaria. Ahora lo que pasa es que nadie sabe lo que va a pasar entonces guardan un poquito más. Estamos en una situación muy complicada sobre todo para la gente humilde. Ojalá esto se pueda solucionar lo más pronto posible».
Tareas de cuidado
Reflexionar sobre la rutina es algo complejo, Roxana lo define así: «El trabajo social es muy difícil hoy por hoy, porque las familias no tienen nada para poner en la mesa, una comida para más de tres personas. Es un costo bastante importante por la distancia en la que está ubicado nuestro barrio. Vivimos a 10 kilómetros del centro y acceder a los lugares de compra es muy difícil. Así que el trabajo en el comedor demanda mucho tiempo de vida. Buscar donaciones y juntar las cosas necesarias para poder cocinar en las dos ollas. Hay un montón de vecinos que ya no lo pueden hacer por la misma razón: la falta de insumos. Porque a las familias no les podés dar solamente caldo o pollo hervido. Tenés que cocinar con verduras y tiene que ser algo que alimente a los chicos. Está muy difícil que te donen insumos, ahora es mucho más difícil. Incluso en época de pandemia era más fácil».
«Comedor, merendero, apoyo escolar y realizar tareas con los vecinos demanda 24 horas diarias mías más o menos. Soy mamá de tres chicos y abuela. La verdad que ese papel está un poco relegado, porque todo el día hago otras actividades. Trato de partirme en mil pedazos para tratar de cumplir con todos. Me encanta lo que hago, sobre todo porque la mayor devolución que puedo recibir es el cariño de mis vecinos. Poder salir y que los chicos se acuerden que conocieron cosas, el respeto que tienen hacia esos momentos, a esas horas que no ocupaste en tu vida propia, sino que las empleaste en darles un buen recuerdo, que de otra forma no hubiera sido posible, la verdad eso es inolvidable», concluyó.
El carnaval como herramienta de unidad vecinal
Roxana rememoró: «Hace ya unos 10 años me propusieron armar una comparasa porque no había en el barrio. El desafío fue armar una comparsa desde cero. Yo no tenía ni idea de cómo se hacía, peroacza con el tiempo me pude capacitar. Ahora soy la responsable de la carpeta de los diseños, también soy la encargada del tema del año. En mi casa se trabaja todo el año: con el comedor, con apoyo escolar y con actividades deportivas».
«A partir de octubre nuestra vida cambia porque trabajamos un poquito más, en esta época cuando le agregamos la comparsa. En realidad esto comienza en agosto más o menos por la elaboración de las carpetas y de los diseños. Los primeros ensayos y las inscripciones de las comparsas», detalló.
En su tono de voz se percibe un gran cariño por el carnaval. Ahora mismo sucede esto en su hogar: «Mi casa se llena de gente, de plumas, de telas, de todo. Obviamente llevar esto adelante es muy difícil porque la comparsa tiene otro color, sí o sí hay que aportar un poco de dinero para comprar lo mínimo indispensable. Igual las familias no pueden trabajar con rifas y beneficios. Eso es imposible, porque es un barrio muy humilde, que apenas se llega con el puchero. Así que lo que hacemos es tratar de recaudar la mayor cantidad de materiales y donaciones o comprar de a poquito y adaptarnos».
«Al trabajar en mi casa todos utilizamos el mismo pegamento, los mismos materiales y se trabaja con familias enteras. Si bien puede parecer algo frívolo llevar adelante una comparsa en momentos críticos como este, y entiendo que puede haber alguna contradicción en administrar un comedor también, yo diría que no es así. En mi barrio, donde hoy por hoy el consumo y la venta de drogas como en todo barrio está a la orden del día, estos trabajos en comunidad, estas tareas y este tipo de actividades hacen que los niños y adolescentes mantengan su día ocupado en otras cosas que no sean solamente el ocio, la calle o no tener nada para hacer durante el verano», declaró haciendo una lectura final de lo que sucede en este sector de la ciudad.
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