La homilía dominical, por Domingo Salvador Castagna, Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia.
1.- Tiempo fuerte de Cuaresma. Cambiamos de Tiempo. La Navidad 2024 ha tomado su lugar en la historia pasada. Estrenamos el Tiempo de Cuaresma y nos disponemos al encuentro con la Palabra que hoy orienta nuestra renovada conversión y una situación evangélica, que concierne a cada uno de los cristianos. El mundo actual necesita que celebremos la Cuaresma, ya que, aunque lo intente, no puede ser indiferente a los valores de la fe religiosa. Es preciso no desperdiciar este Tiempo, y dejarnos guiar por la Iglesia. Es Tiempo en que la Palabra es dispensada con efusión, mediante la predicación y la Liturgia. Existe una imperiosa actitud de respuesta al ofrecimiento de la Palabra, en los amplios espacios en los que la gente ordinariamente se mueve. No se reduce al templo, como sitio donde se desarrollan las actividades específicamente cultuales. Jesús no limita su ministerio al recinto sagrado del Templo o de la Sinagoga. El seguimiento de las muchedumbres incluye el destino universal de su predicación. Viene para todos, se ofrece a quienes lo esperan y a quienes lo rechazan. La Redención trasciende todo individualismo, por ello, el Señor “come con los llamados pecadores” y dialoga con aquellos doctores, que le ponen trampas y pretenden desacredítalo. Como la Verdad que es, causa un insoportable escozor en quienes permanecen en el error y en la corrupción. El Beato Juan Bautista Escalabrini afirmaba: “predicar el Evangelio y conformar a todos es imposible”. Los opositores a Jesús son los que hoy se oponen a la Iglesia. Él mismo pronosticaba que sus discípulos serían maltratados por ser sus seguidores. La Cuaresma es celebrada por quienes están dispuestos a seguir al Maestro y, por serle fieles, padecer la persecución y el martirio: “Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y se los calumnie en toda forma a causa de mí”. (Mateo 5, 11) Las formas de persecución varían de acuerdo con las culturas y el deterioro de la capacidad convivencial de cada país y de sus gobernantes. De todos modos, la inclemencia y gravedad de los métodos persecutorios no dejan de recrudecer, inspirados por modernas ideologías.
2.- Pretensión de los perseguidores. La crueldad con que se persigue hoy a los cristianos adopta nuevos métodos, sofisticados y despiadados. De esa manera se pretende silenciar a los auténticos profetas, haciendo que prevalezcan los más poderosos, política y económicamente, sobre los humildes. De esa manera subyace la pretensión de amordazar a la Iglesia, para que no logre comunicarse con el pueblo. Tertuliano decía: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. No crean los perseguidores que la Iglesia perecerá a causa de sus furibundos ataques, ocultos o públicos. Ocurre todo lo contrario, la Iglesia se robustece y, su acción evangelizadora, se revigoriza. Que lo tengan en cuenta los Ortega de nuestra maltratada Latinoamérica. No les conviene escupir contra el cielo o contra el viento en contra. Finalmente Cristo triunfa y reina. Su presencia se ofrece como única y actualizable. Las llamadas “tentaciones del desierto” cobran un poder formidable en la actualidad. Jesús, cansado por el prolongado ayuno, enseña que, físicamente debilitado, es más fuerte, y sus decisiones responden mejor a la voluntad del Padre. San Lucas hace una conmovedora descripción del enfrentamiento con el demonio y sus intentos de someter al Señor mediante tentaciones seductoras. Cristo las resuelve de manera ejemplar. La caradurez del demonio no tiene límites. Cristo es tan hombre – siendo Dios – que el demonio lo confunde con un simple ser humano, y pretende doblegar su inquebrantable decisión de ser fiel al Padre. El rechazo, a toda propuesta diabólica, se constituye en modelo del comportamiento fiel de quienes creen en Él. Una a una las tentaciones se van sucediendo, relatadas por el Evangelista, hasta el colmo, expresado de esta manera: “Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo: “Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si Tú te postras delante de mí, todo esto te pertenecerá”. (Lucas 4, 5-7) Todo pecado es una idolatría, porque constituye un rechazo de la soberanía de Dios y una postración indecorosa ante el Maligno. Es importante que consideremos nuestra vida de cristianos como Jesús asumió su fidelidad al Padre, ante los intentos maliciosos del demonio. Aquellas tentaciones se encarnan hoy en nuestro desierto. No existe investidura sagrada que preserve del mal, si como Jesús – y unidos a Él – no se adopta una práctica penitencial que fortalezca la fidelidad a Dios.
3.- El arma indestructible de la Palabra de Dios. Las referencias continuas a la Palabra de Dios, por parte de Jesús, indican su actitud de docilidad extraordinaria al Padre, y a la constante disponibilidad a ser absolutamente fiel a la misión que se le ha encomendado. Todos sus gestos y momentos destinados a la oración constituyen el destino y, sus formas, están orientadas a recuperar al hombre y encaminarlo al cumplimiento de la voluntad del Padre. Lo demás es secundario. La añadidura, que el mismo Señor menciona, responde a la importancia del Reino: “Busquen el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura”. (Mateo 6, 33) ¿Qué significa “el Reino de Dios y su justicia” sino el verdadero proyecto de Dios, concebido y realizado en el momento cumbre de la Creación? Es entonces cuando se ilumina toda visión antropológica, hasta alcanzar la verdadera identidad humana. La Palabra de Dios, en su forma de Evangelio, está destinada a todos los hombres – varones y mujeres – de todas las edades y condiciones. La misión de la Iglesia consiste en ofrecerla a todos, sin excepción, mediante la Palabra que le ha sido confiada y los sacramentos que logran, en Ella, su eficacia salvadora. La ofrece a todos, incluso a quienes sistemáticamente la rechazan. Los administradores que la exponen y los testigos que la viven, sufren la más cruel persecución. Así ha ocurrido desde hace veinte siglos y, ésta, ha constituido su acreditación ante el mundo. La promesa de Jesús, dirigida al principal de sus discípulos, no deja margen a la duda: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella “. (Mateo 16, 18) En el transcurso de los siglos, y el vaivén de sus culturas y estructuraciones políticas, se ha comprobado el cumplimiento de esa promesa divina. Lo sabemos quienes creemos en la promesa dirigida a Pedro y, en él, a toda la Iglesia. La pretensión mundana de interpretarla, al margen de la fe, ha fracasado. La Iglesia es de Cristo, no de sus dirigentes, y, por lo tanto su indefectibilidad y perdurabilidad dependen de Cristo. La Cuaresma que hemos iniciado constituye un espacio histórico de insuperable importancia. Es lamentable que se la deje pasar como un tiempo más, sin verdadera trascendencia. Cristo se acerca a los hombres para que aprovechen los medios que su Iglesia, proporciona a todos durante este Tiempo.
4.- Aunque vencido, el demonio sigue tentando a los hombres. El demonio ocupa, en esta escena evangélica, un espacio destacable. Incluso se vislumbra un diabólico regreso: “Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno”. (Lucas 4, 13) A través de los perseguidores de turno, llegará a los responsables del juicio infame y de la crucifixión del mismo Señor. Sus discípulos de todos los tiempos correrán la misma suerte, y serán partícipes de su Resurrección. Donde el pecado acontece, privada y públicamente, el demonio logra un cierto éxito. No obstante, Cristo ha vencido a la personificación misma del mal. De esa manera ha introducido a sus fieles en su Reino de santidad. La Cuaresma ofrece la ocasión de participar de su victoria sobre el pecado y la muerte.