Por DOMINGO SALVADOR CASTAGNA.
Arzobispo emérito de Corrientes, ciudadano ilustre de la provincia.
El pueblo argentino -en su mayoría cristiano- por el imperio de una discutible concepción laicista, debe padecer la imposición de leyes que se oponen a su credo. A quien no cree no se le debe imponer la fe, aunque sea de la mayoría, pero a quienes creen no se les debe obligar a traicionar u ocultar su fe.
El cumplimiento de la Ley.
Jesús y sus seguidores han sido considerados transgresores de la Ley. Es más exigente la fe que la ley.
Jesús viene a dar cumplimiento de la Ley: «No piensen que vine para abolir la ley o los profetas, yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento». (Mateo 5, 17).
Ese cumplimiento compromete a la persona humana, excluyendo la interpretación farisaica de la Ley, que sólo contempla el cumplimiento literal del frío precepto.
Jesús reacciona con vehemencia contra el fariseísmo y sus adláteres. ¡Qué claridad escalofriante la del Señor en su denuncia contra los escribas y fariseos!: «¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad!» (Mateo 23, 23).
Con esta perspectiva, la ley no pierde su obligatoriedad, sino que la amplía y define. Por ello, el Señor valora la observancia de la Ley y su necesaria aplicación.
Para aventar cualquier duda lo expresa de esta manera: «Les aseguro que no desaparecerá ni una coma de la ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice». (Mateo 5, 18).
- Cristo, el Maestro ungido por el Padre.
Su coherente enseñanza desciende a casos concretos, resolviéndolos uno por uno. La angustiosa búsqueda del bien y de la verdad encuentra en Él una clara resolución.
De esa manera, promueve un entrenamiento para resolver las cuestiones más intrincadas. Tiene clara la verdad, porque Él es la Verdad, y en consecuencia acierta con su aplicación.
La exhortación del Padre a que lo escuchen trasciende la pía consideración de unos pocos versículos bíblicos.
Es el único Maestro, más adelante lo dirá Él mismo, sin paliativos, para quienes pretendan competir con Él: «En cuanto a ustedes, no se hagan llamar «maestro», porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos». (Mateo 23, 8).
Su condición divina, y su encarnación de María Virgen, lo constituyen en quien es entre nosotros. Él conoce, como nadie, la voluntad de su Padre y se somete a ella sin vacilar.
Más aún, la considera el único alimento de su vida entre los hombres: «Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra». (Juan 4, 34).
- Discipulado y familiaridad con Cristo.
La voluntad de Dios se revela en su fiel cumplidor, Jesucristo.
La conocemos si acatamos las palabras del Hijo. De esa manera, llevamos nuestro discipulado a una auténtica familiaridad con Él: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: «Estos son mi madre y mis hermanos.
Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre». (Mateo 12, 48-50).
Es tierno y conmovedor lo que dicen los padres cuando se refieren a esta expresión de Jesús: «María es más Madre de Cristo por haber obedecido al Padre, que dando su carne y sangre al Verbo de Dios».
Su consentimiento a la voluntad de Dios, la convierte en el familiar más cercano de Jesús. Este misterio, humanamente impenetrable, da luz a la vida cristiana.
Nuestra obediencia al Padre nos convierte en hijos suyos y hermanos de Jesús. Por el mismo motivo nos familiariza con María y establece similares lazos con la Iglesia, Madre y Virgen como María.
Así lo entendían los santos padres y el pueblo creyente. Es urgente recuperar el valor de la ley, sometiéndola a la voluntad del Padre.
- Cristo revela la voluntad del Padre.
Disociados del conocimiento de la voluntad del Padre, como se revela en la persona y enseñanza de Cristo, la legislación humana pierde el sustento de verdad que necesita para ser legítima.
Presenciamos contradicciones inexplicables en nuestras legislaciones.
El pueblo argentino -en su mayoría cristiano- por el imperio de una discutible concepción laicista, debe padecer la imposición de leyes que se oponen a su credo.
A quien no cree no se le debe imponer la fe, aunque sea de la mayoría, pero a quienes creen no se les debe obligar a traicionar u ocultar su fe.
La Iglesia no gobierna pero, tiene derecho a formar a sus miembros conforme a los contenidos de la fe profesada solemnemente en el Bautismo. Es lo que hace.
Nadie puede negarle el derecho de defender la fe y su práctica, cuando, como en Nicaragua, se la pretende amordazar con un sistema persecutorio implacable e injusto.
- Homilía del domingo 12 de febrero.
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