Por: David Alejandro Salmón *
Desde Caá Catí
La pandemia trajo consigo no sólo muertes y paranoia colectiva, sino que también despertó estados particulares de ansiedad y depresión ante la tristemente afamada «incertidumbre a futuro», ante un mundo que gira más rápido que la propia adaptación de cualquiera de las estructuras humanas; en una especie de círculo vicioso que hunde las expectativas del devenir de la estabilidad laboral, sobre todo de las generaciones que deberán ser las protagonistas ya en las proximidades del futuro.
En ese contexto por lo menos me encontré yo, un docente de un poco más de 30 años, con una importante experiencia laboral y con un currículum bastante ancho; replanteándome en cada noche en la que me dignaba a pernoctar, si era realmente buena la idea de migrar a otra provincia para encontrar trabajo o si valía la pena inventar alguna «matufia» que me permita trabajar en la provincia que amo y en la cual decidí echar raíces.
La incertidumbre fue realmente tormentosa en 2020, sobre todo en los primeros meses de influencia televisiva, ante la impotencia de estar encerrado, sin saber si sobreviviría, con trabajos a término en la docencia, la malísima compañía de las redes sociales que me generaban una confusa estimulación instantánea, ante la despedida repentina de los primeros seres queridos y ante la resurrección de mis muertos del pasado, en noches donde el amanecer llegaba rápidamente.
Para despabilar mis pensamientos, volví al dibujo y a la escritura, y cuando pude, empecé a grabar elementos del paisaje rural y urbano de la localidad de Berón de Astrada con el smartphone chino que me compré justo antes de que Alberto Fernández anuncie el aislamiento obligatorio; tuve sentimientos sinceros de aprender a expresar historias y emociones a través de imágenes. Empecé a hacer un montón de cosas para distraerme de las cuestiones serias de la vida; luego me di cuenta de que era el mejor remedio para aliviar el malestar psicológico. Cuando mi moral empezó a recobrar la fuerza, empecé a diseñar intelectualmente unos cursos de formación docente para profesores en Historia de toda la provincia; los produje, los dicté y los evalué yo solo, ad honorem y por el simple hecho de hacerlo.
No faltó el pan casero, la cocina a leña, la huerta rudimentaria y apagar la tele para encontrar un eje emocional; también a sincerarme y amigarme con lo incierto, con la idea de ocuparme del problema a futuro y dejar la preocupación de una vez por todas.
Cuando empecé a sacar la cabeza del barro, me topé con una importante conclusión: la pandemia y la crisis laboral, conjugadas, empezaron a estropear a la psiquis de un grueso importante de la población, y que amigos muy cercanos estaban cayendo en las garras de la tribulación más sutil de la Historia. Por ejemplo, una noche un amigo me llamó con ataques de pánico porque no soportaba la idea de estar solo en su alquiler; otro día la mujer de un viejo amigo me llamó para contarme que él -su concubino- había sufrido de un surmenaje y que su psiquiatra sólo podía apagar el fuego con Alplax. O sea, estoy hablando de personas de 32 o 33 años, totalmente agotados y fulminados de la «sabiola». En fin, creo que ellos y yo pertenecemos a esa generación que nos criamos con una niñera malvada, llamada comúnmente como televisión; la que nos creó estándares que a la tercera década de vida no llegamos ni en sueños.
¿Por qué gasto tantas líneas en contar ese contexto de desgracia, que padecimos en peor o en menor medida todos los argentinos? Porque ese fue el motor para decir «basta», para lo que se convirtió en una bisagra en mi forma de pensar y en mi historia personal; y derivada a la crisis surgió una actitud distinta ante la incertidumbre: hacer lo que deseo hacer ahora y con firmeza, si mañana no sé lo que pasará, ni siquiera si el virus de moda llenaría mis pulmones de una flema que impida mi respiración; mejor lo hago ahora, disfrutando del proceso y cumpliendo con mis sueños aquí, en vida.
Siempre, desde muy chico, quise escribir un libro y producir un documental, pero en infinidad de veces postergué esas metas poniendo excusas; y gracias a esa evolución después de la resiliencia, después de la homeostasis psicológica, lo cumplí en 2021 sin importar de que fui yo mi propio financista y si en unos meses perdería trabajo. Si el peso perdía valor todos los días, decidí invertir lo que tenía en capital humano, intangible, pero que me ayudaría a tener las herramientas para seguir haciendo lo que me gustaba.
Con la productora audiovisual correntina App360, elaboramos un producto que despertó un gran interés, sobre todo en sectores públicos a escala provincial, llamado Industrias Perdidas: el fin del Ingenio Primer Correntino; el que, como primera experiencia audiovisual, generó un entusiasmo en una nueva labor. Desde entonces la productora me llamó para realizar guiones literarios y guiones gráficos, luego a producir. Así empecé a trabajar en una labor que no se sentía como «trabajo», en el sentido tradicional de la palabra; a su vez, también empecé a reflexionar en la producción audiovisual como un método de trabajo docente, por lo que inicié una idea que fue tomando forma en distintas experiencias áulicas, donde llevaba una claqueta, luces y un trípode a clase en lugar de un texto en PDF y preguntas.
Desde el primer producto elaborado dentro de una clase, en donde dividía al equipo entre los estudiantes según sus gustos y capacidades: en guionista, dibujante, camarógrafo, director, actor, utileros, etcétera; me di cuenta de que las clases tomaban otra dinámica, hasta los «pibes» más rebeldes e inadaptados empezaron a participar. A su vez, yo también aprendía e iba volcando mis experiencias dentro de la productora en las aulas; en un método que aún no tenía nombre, me di cuenta de que las aulas podían convertirse en experiencias productivas, divertidas y que rompían totalmente con la mera repetición de conocimiento de otros autores. En gran medida encontré un co-equiper para experimentar el trabajo audiovisual en las aulas, ni más ni menos que en el destacado fotógrafo independiente y profesor Jorge Villanueva (que logró tomar imágenes impactantes de la crisis de incendios del año anterior, con fotos que se publicaron en un montón de medios de comunicación).
La experiencia sublime de este método sin dudas fue en el año 2022: con las presiones del Nivel Superior -nivel en donde trabajo hace diez años- para que los catedráticos realicemos un proyecto de articulación, y ante la dificultad de concretar un trabajo ciento por ciento colaborativo por la disparidad de contenidos en los espacios curriculares; propuse a los colegas y estudiantes del 2° año del Profesorado en Biología del Isfd Caá Catí (donde desarrollo la cátedra Historia Argentina y Latinoamericana), la idea de producir entre todos un documental, propuesta que era sin dudas ambiciosa y sin precedentes dentro de la institución.
Finalmente, después de más de cinco meses de producción, logramos un hermoso trabajo audiovisual de 15 minutos, sobre la historia de una especie de pajarito que se descubrió hace sólo unos años atrás, llamado El vuelo de la Esperanza: la historia del Capuchino Iberá. Trabajo que sin dudas sentó un precedente en todos los que formamos parte de él y que dio aún más forma a la idea de producir elaboraciones audiovisuales dentro de las aulas.
Por causalidad, en Caá Catí, una ciudad muy cultural en donde confluyen la historia, el arte y la literatura, se estaba gestando hacía años, un proceso de trabajo cuyo objetivo era y sigue siendo: la creación de un polo audiovisual en donde se fomente y se creen, se valoren y se difundan productos audiovisuales de origen regional, con un fuerte contenido democrático, de revalorización de la cultura local y de conciencia ambiental. Así y gracias a las gestiones de hombres como Ramón Monzón Geneyro y Sebastián «Chapu» Toba (entre otras personas) se fundó una asociación civil llamada Km0: Polo Cultural de los Esteros, un espacio que no solamente devolvió el cine a Caá Catí después de 30 años, sino que además puso a disposición los recursos materiales para la realización de productos audiovisuales dentro de la propia comunidad; con el acompañamiento y cursos de formación en ese tipo de productos, para quienes se sientan motivados para hacerlo.
Muchas personas aún no tomaron dimensión de un proyecto como Km0, que sin dudas impactará positivamente en la sociedad del Norte provincial. Sobre todo porque la historia no termina ahí; ya que con el interés por parte del encargado de Cultura de Caá Catí, Matías Geneyro y el intendente, Jorge Meza, aportaron las gestiones necesarias para que el Polo Cultural construya una gran sede audiovisual en medio del estero Santa Lucía, a fin de convertirse en un petit Hollywood de los esteros (con valores y principios totalmente distintos a la experiencia norteamericana), como centro de formación y producción audiovisual que nuclee a toda la región.
Suena delirante e irreal, ¿no? Sí, pero es tan real como el río Paraná. Ya no sólo consiguieron el terreno en comodato, sino que lo analizaron con expertos, ya surcaron un canal y ya tienen un muelle para llegar al lugar. Así sucede con los sueños, simplemente hay que gestionarlos. Ya esta runfla metió un par de golazos interesantes en el departamento de General Paz, con la producción del largometraje La luz mala (de Carlos Kbal de director y Jorge Román de protagonista) y el recientemente ganador de un premio internacional llamado La tierra del agua (de Sebastián «Chapu» Toba).
En fin, por causalidad trabajo hace seis años en el Profesorado en Historia que funciona en dicha ciudad y ya inmerso en la producción audiovisual, me topé con este territorio abonado para llevar adelante el proyecto más excéntrico de mi vida.
Hace unos meses proyectamos el documental Industrias Perdidas (…) en Km0 (donde volvió el cine a Caá Catí), y al terminar el acontecimiento, el intendente Jorge Meza, junto a Matías Geneyro me propusieron la elaboración de un proyecto. «Profe, estamos teniendo un problema. Hay profesionales que se recibieron en la comunidad y van a buscar trabajo al Municipio, no me parece correcto contratar a un profesor de Historia para que redacte notas o lleve utilería de aquí para allá; no es una deshonra, pero es mano de obra calificada para desarrollar otra actividad… ¿Usted podría elaborar un proyecto para incluir a estas personas con una beca por parte del Municipio?», me expresó el Intendente e inmediatamente acepté la apuesta: «Voy a producir un documental sobre una temática regional, y los becarios serán aprendices en la labor audiovisual».
Así surgió el denominado Proyecto Escuela, con fines educativos y culturales, en donde, a través de una experiencia en el campo audiovisual, se forme mano de obra para labores específicas dentro de la producción, con profesionales en distintas áreas.
La primera experiencia germinó con la elaboración de un documental sobre la batalla del Rincón de Vences, que lo llamamos Rojo punzó, como alegoría del color de la sangre derramada en campos correntinos en medio de las guerras civiles argentinas y que ya muy poca gente de la propia región conoce.
Para elaborar la interpretación de una batalla llevada a cabo en 1847, que enfrentó a los Madariaga en contra de las fuerzas federales encabezadas por Urquiza, convoqué como becarios del proyecto a: Ariel Rigoni, nobel profesor en Historia, como investigador y asistente de producción; a Mónica Fernández, con formación en teatro, como directora de actuación; a Tamara Vega Gómez, con formación en corte y confección, como vestuarista; y a Gabriel Capelli, excelso artista, como camarógrafo y editor.
Así, no sólo subí la apuesta de una experiencia de producción llevada al aula, sino que el método educativo trascendió las paredes de la institución educativa para consagrarse en el accionar de una agrupación de ciudadanos con ganas de realizar este proyecto.
Proyecto que no se limitó a eso solamente, sino que se convirtió en una bola de nieve que no paró de crecer en la medida en que se fueron sumando las colaboraciones humanas e institucionales: se sumaron a la Municipalidad de Caá Catí y, a Km 0, el apoyo moral y de fuentes por parte de la Junta de Historia de la Provincia de Corrientes, el museo Histórico Provincial, el Instituto Superior de Formación Docente (Isfd) Caá Catí y la Fundación Idear; así como los consejos del historiador militar Miguel Escalante Galain; la participación de Enrique Deniri, Horacio Zapata, Miguel González Azcoaga, Daniel Manzur, entre otros.
Luego, por lo ambicioso que se estaba convirtiendo el proyecto, me vi en la necesidad de invitar a «Moncho» Geneyro, con más de 35 años de experiencia audiovisual, a co-dirigir la obra; y al experimentado comunicador, Francisco Galarza, a producirlo. Así también se sumó el gran profesor en Historia y conocedor del terreno y de la población del Rincón de Vences, es decir, Osvaldo Sandoval; quien también es el encargado de Cultura de la localidad de Lomas de Vallejos, y quien también sumó esfuerzos para lograr la hazaña.
De todas formas y aunque las cosas estaban marchando sobre rieles, soñar con un documental con fragmentos de ficción, significó un desafío presupuestario, en un contexto adverso para los fondos municipales e incluso privados. Con un capital limitado, sólo podíamos costear a cuatro actores (a un Madariaga, un Virasoro, un soldado federal y un gaucho correntino); hasta que el 5 de septiembre, mirando historias de Instagram, vi que una colega llamada Sofía Solís, oriunda de San Luis del Palmar, subió una foto de un uniforme de la «Mazorca» de Juan Manuel de Rosas, como parte de una muestra en el Profesorado de Historia del Isfd Martín Miguel de Güemes. Ya estaba totalmente jugado en este proyecto, por lo que no dudé en responder a su historia y describirle detalladamente todo lo que habíamos logrado. Ella no solamente aceptó prestarme el uniforme sino que, junto a Bruno Vallejos (Coordinador del profesorado en cuestión), se pusieron a disposición para brindar un ejército de extras junto a los estudiantes y futuros profesores de dicho Instituto. Y no sólo eso, sino que por la inmensa dadivosidad de estos colegas, logramos encontrar una locación «perfecta» (con todas las letras) para replicar la Batalla de Vences en el campo de propiedad de Navarro, a sólo unos kilómetros de San Luis (minimizando casi totalmente el riesgo de suspensión del rodaje por lluvias en días previos a la fecha).
Luego se sumó la predisposición de Pablo Obregón (de Cultura de San Luis del Palmar), el Centro Cultural Casa Azul y el Autoservicio Pachi de Berón de Astrada; así como la adhesión en las últimas semanas de Matías Rodríguez (de Capital) con varios jinetes; también del experimentado actor teatral Jesús Pica, y de los que serán los protagonistas de la cinta: Juan Choque como el Gaucho José y Álvaro Martínez como Joaquín Madariaga.
En fin, el Proyecto Escuela fue tomando forma y se convirtió en una importante promesa para la producción audiovisual correntina, la que en sólo semanas rodará una escena descomunal para replicar una batalla clave entre las que se denominan como las «guerras civiles argentinas», en donde se dio una inmensa masacre de correntinos y que se libró a sólo unos 91 kilómetros de Corrientes Capital; lo peor de todo, es que gran parte de la correntinidad ignora un acontecimiento clave para entender al país y a la provincia en donde vivimos. Pero sin dudas, un documental como este, pondrá de nuevo en la opinión pública a esta temática fundamental para nuestro pasado.
Lo único que puedo decir para concluir este relato, que para nada es ficticio, es que la dificultad del contexto actual, sólo nos sirvió de combustible para hacer historia en una de las provincias más longevas del país; que hay un terreno perfectamente abonado para lograr una Ley de Fomento Audiovisual en la provincia de Corrientes; y como último, sólo me gustaría replicar lo siguiente: los sueños, los inalcanzables, simplemente los debemos gestionar con todas nuestras fuerzas, para finalmente palparlos y hacerlos realidad.
Esta historia continuará…
- Profesor y Especialista en Historia Regional, Guionista
y productor audiovisual.
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