La comunidad itateña recordó ayer al impulsor de la construcción de la Basílica de Nuestra Señora de Itatí, Don Benito Anzolin de Zané, conocido como «el albañil de la Virgen». Logro ver hecho realidad el deseo de Don Orione, y con el gozo de haber llevado a cabo este proyecto, contó a sus parientes en una carta: “Es uno de los santuarios más grande de América”.
También se ocupó de los peregrinos, de la vida sacramental de sus parroquianos, y de dejar la impronta del carisma orionita en tierras itateñas. Su compromiso apostólico hacia que para ir a ver a un enfermo recorriera a caballo los senderos correntinos por “más de siete horas”. Se ocupó de los que sufrían dolencias corporales y espirituales, cuidó de su prójimo, delineó el modo de ser del cristiano entre los itateños. Un hombre que rezaba y hacia rezar, porque en la oración se fortalecía y encontraba apoyo.
Como dice el Evangelio, “comenzó a edificar” la Basílica, no con sus propias manos, pero fue el encargado de administrar la parte contable, encargarse de la compra de materiales, entre otras tareas. Llegó a ver la última etapa y todo el proceso: los cimientos, la terraza, la cúpula y la colocación en la cima de la imagen de bronce que domina todo el pueblo desde lo alto, porque desde “allí Ella es la Señora” de los corazones de sus devotos hijos.
DE ALLÁ LEJOS
Nació en Zané, provincia de Vicenza, Italia, el 24 de octubre de 1898. Ingresó a la Congregación el 5 de diciembre de 1913 recibido por el mismo Don Orione y fue ordenado sacerdote el 7 de abril de 1928. A bordo del transatlántico “Giulio Cesare”, zarpó desde el puerto de Génova, Italia, rumbo a Buenos Aires, a dónde llegó el 15 de agosto de 1929.
El mismo Don Orione pidió que Don Anzolín fuera destinado a Itatí, como el último de los cuatro destinos diferentes que recorrió. Hay testimonios de laicos que comentan que el día 30 de setiembre de 1937 llegó a Itatí, donde se quedó hasta el 26 de febrero de 1946, debiendo partir para siempre del pueblo de la Virgen ya con su salud muy quebrantada.
En los últimos años, el corazón del P. Benito estaba muy fatigado y después de tres recaídas murió en Buenos Aires el 10 de mayo de 1946 siendo aún joven: 48 años de edad, 20 de profesión religiosa y 18 de sacerdocio. Nunca pudo volver a su tierra natal a ver a sus familiares, debido a la Segunda Guerra Mundial. Fueron años duros y difíciles, y él mismo ante la imposibilidad de viajar, se consoló diciendo en una carta: “Nos veremos en el cielo».
Fuente: Noticias Itateñas