Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia
Ser extranjero y su capacidad de reconocer al Mesías.
Esta escena constituye un modelo de particular relieve en las enseñanzas del Maestro. De ella podemos extraer dos pautas para orientar nuestra vida: la fe del «extranjero» que presumimos sería samaritano y la importancia de agradecer los dones de Dios.
El samaritano es un extranjero. Perteneciente a un pueblo israelí y enemistado con los israelitas. Se lo consideraba un marginal, que un judío ortodoxo debía evitar.
Los ejemplos evangélicos constituyen paradigmas en el comportamiento y la enseñanza de Jesús. En los hechos históricos y en la parábola, el samaritano es sinónimo de modelo de apertura a la presencia del Mesías. Lo mismo ocurre con el centurión y la mujer cananea. Jesús desafiaba a sus conciudadanos mostrándoles la inconsistencia de una formal pertenencia al Pueblo elegido, sin la correspondiente fidelidad a la Ley y a los Profetas.
Nos puede ocurrir lo mismo: católicos a ultranza y alejados del espíritu evangélico que animó a los Apóstoles.
- Los diez leprosos.
Para comprender la situación de aquellos leprosos, que acudieron angustiosamente a Jesús, nos será conveniente saber qué significaba la lepra para aquel pueblo. Una verdadera tragedia que excluía, a quienes la padecían, de sus familias y de la convivencia social. Al acercarse a Jesús arriesgaban sus vidas. No obstante, la desesperación los llevó a desafiar la rigurosa práctica de exclusión: «Al entrar a un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro ten compasión de nosotros!» (Lucas 17, 12-13).
Con la libertad que lo caracteriza, Jesús los atiende y desafía su fe, enviándolos a cumplir con la ley, presentándose a los sacerdotes como si ya estuvieran curados. Aún enfermos, obedecen a Jesús y son curados durante el camino: «Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados» (Lucas 17, 14).
Es destacable reconocer que la fe, si es auténtica, lo puede todo. En reiteradas ocasiones Jesús lo señala con especial énfasis. Los diez leprosos lo atestiguan al obedecer a Jesús, dirigiéndose decididamente a quienes debían legalizar su curación.
- El orgullo agnóstico.
Es simple pero no fácil encarnar la fe, en la vida corriente. Es lo que debemos hacer, sobre todo otro quehacer.
Quienes abandonan la perspectiva de la fe, fracasan en sus vidas.
Pero, ¿Quién podrá convencer a los muchos autocalificados agnósticos? Escuché a un reconocido periodista afirmar: «Como buenos periodistas somos agnósticos». No es cierto, hay muy buenos periodistas que son creyentes, aún aquellos que mantienen una relación tirante con su Iglesia.
No obstante, algunos de los modernos agnósticos lamentan no tener fe, y lo consideran una triste carencia.
El testimonio cristiano de los creyentes reviste una especial importancia para nuestros contemporáneos. Es la hora de los Santos, diría San Juan Pablo II, al contemplar las grandes dificultades que atraviesa el mundo moderno.
El gran aporte de la Iglesia es suscitar la fe y promover la santidad. Lo hará desde el perfil bajo que adoptó Jesús, en la Encarnación y en la Cruz, y que, en la actualidad, siguen cubriendo los valores humanos auténticos. Toda expresión de verdad y de bien está íntimamente vinculados con el Misterio de la Pascua.
El auxilio que Dios ha causado, en su Hijo divino encarnado, no proviene de la habilidad intelectual y gerencial de los hombres.
- La gratitud del extranjero.
Volvamos al acontecimiento que incluye a los diez leprosos curados.
La pregunta de Jesús señala un valor que los hombres frecuentemente olvidan, en su relación con Dios y entre ellos: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿Dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?» (Lucas 17, 17-18).
La gratitud es virtud, que revela un corazón bueno y humilde. Se traduce en acción de gracias.
La Liturgia de la Iglesia Católica es una expresión de acción gracias, que logra su momento culminante en la Eucaristía. Término que procede, según el «Vocabulario de teología bíblica», del concepto siguiente: «reconocimiento, gratitud y acción de gracias».
Cristo, como el don divino por excelencia, es motivo principal de la gratitud humana: «Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Juan 3. 16).
¡Qué importancia atribuye Jesús a la gratitud!
* Homilía del domingo
9 de octubre.
.