Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia
Jesús cura a los enfermos y libera del Maligno.
Jesús cura a los enfermos y libera del mal espíritu a quienes el pecado mantiene cautivos. Los hechos se multiplican. No reduce su acción al diagnóstico y a la sanación. Al curar a la suegra de Pedro señala que todo bien de salud logra su cometido en el servicio.
El amor a quienes debemos nuestro amor -Dios y los semejantes- es el logro de la obediencia a la voluntad divina.
Sin amor no podemos agradar a Dios, y nuestras vidas pierden su sentido. La carencia del amor deja al descubierto el verdadero fracaso de la persona humana. Quienes profesan odio incumplen la Ley y, en consecuencia, condenan sus vidas a un inevitable fracaso existencial.
Lo comprobamos a diario, al recibir y protagonizar una andanada de agresiones que nos pone al borde de la disolución social.
Es triste e innegable la personificación del odio. Cubre dimensiones explícitas u ocultas, que fundamentan un comportamiento claramente anti fraterno.
- El pecado como posesión diabólica.
Jesús viene a curar al mundo del pecado, y a liberarlo del mal espíritu. Ciertamente «el mal espíritu» exhibe su protagonismo en el pecado. Así lo expresa el mismo Jesús refiriéndose a su discípula más amada: «Jesús, que había resucitado, a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de la que había echado siete demonios» (Marcos 16, 9).
No debemos tratar a la ligera un tema de tanta importancia y trascendencia. El demonio es un ángel que, por soberbia, ha perdido su inocencia y se ha constituido en enemigo de Quién lo creó. Es así que, por causa del pecado, se adueña del pecador.
Las manifestaciones de esa posesión asumen formas de un dramatismo espeluznante. Su vinculación con el pecado, heredado y personal, es innegable, aunque se lo pretenda disimular.
Eva Lavallière era una exitosa actriz francesa de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Su frivolidad era conocida. En cierta ocasión alquiló una finca, propiedad de la Iglesia del lugar. El Párroco, entre otras indicaciones, le pidió que no abusara de sus magníficos árboles frutales. La actriz, tentada por lo que ella consideraba una ingenuidad del sacerdote, le dijo maliciosamente: «‘¿Es que los demonios vendrán a buscarme?’ La respuesta del humilde Párroco la descolocó y marcó su vida de conversión: ‘Ah, señora, si usted conociera quién es el demonio, no hablaría de esa manera'».
- El poder irresistible del Nombre de Jesús.
La actividad que Jesús desempeña como exorcista manifiesta la importancia que atribuye a esa presencia diabólica en el corazón de una sociedad dominada por el pecado. Vencer el pecado y la muerte es derrotar definitivamente al Demonio.
El exorcismo ocupa un lugar definido en la liturgia de la Iglesia. Para evitar cualquier desborde supersticioso, la Iglesia controla ese ministerio mediante y bajo la autoridad del Obispo. En esa celebración, quien ejerce ese ministerio acude a la invocación del Nombre de Jesús. Es irresistible para el Maligno, definitivamente vencido con la Muerte y Resurrección del Señor.
La gracia de Cristo produce un equilibrio virtuoso en el ser, en base a su liberación del mal. Se impone centralizarlo todo en la persona de Jesús. Los efectos de esa centralización configuran una verdadera transición: del pecado a la gracia y a la santidad. Es el caso de los famosos convertidos, como Pablo y Agustín.
- La persona humana destinada a la santidad.
La falta de conciencia de pecado no indica un progreso cultural, como pretenden explicarlo algunos rectores del pensamiento moderno. Es más bien un retroceso, que retrotrae a un primitivismo superado por Cristo.
El pecado original ha sido vencido, y con él, los pecados personales.
El Bautismo se constituye en la fuente de gracia, que sacia la sed de santidad. Que, por lo mismo, genera todo lo bueno y bello, que la humanidad logra, en su empeño histórico marcado por el espacio y el tiempo.
- Homilía del
domingo 4 de febrero.
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