Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia
La Pasión y la incomprensión de Pedro.
Pedro, que había merecido un gran elogio de su Maestro, ahora será severamente reprendido. Se trata de la reacción del Apóstol, al oír, de labios del Señor, el anuncio de la Pasión.
Jesús no oculta el drama que se avecina: «Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día» (Mateo 16, 21).
Un panorama tenebroso, que pondrá a prueba la fidelidad de aquellos hombres. Simón Pedro interviene con el mismo énfasis que había empleado al reconocer la mesianidad del Señor. Esta vez no lo inspira el Padre sino los hombres.
El extrovertido Apóstol, manifiesta estar regido por criterios puramente humanos. Se produce en él una extraña contradicción que, por causa de su temperamento, se expresa sin reservas: «Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá». Pero Él dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son de Dios, sino de los hombres» (Mateo 16, 22-23).
- La fidelidad a la inspiración del Padre.
Jesús no disimula la verdad para paliar su impacto en quienes se apartan de ella. Pedro, recibe la severa amonestación que muchos de nosotros merecemos.
El Pedro de la primera encuesta, se erige en un modelo de creyente, oportunamente ponderado por el Señor. Al contrario de este otro Pedro, que intenta disuadir a Cristo del cumplimiento de su misión. Jesús lo llama Satanás, para indicar la gravedad de su intento.
Nos corresponde distinguir ambos comportamientos.
La fidelidad del Pedro, convertido de su triple negación, toma la totalidad de su ministerio «petrino», hasta su muerte en cruz. Como piedra basal de la Iglesia, deja su enseñanza para que la Iglesia opte siempre por la fidelidad a la inspiración del Padre, y rechace toda tentación diabólica. Estamos asistidos siempre por el Espíritu del Padre y del Hijo, y debemos cuidarnos del asedio del demonio encarnado en el pecado del mundo.
Desatada la guerra entre el bien y el mal, nuestra misión, la de Pedro, de los Apóstoles y de toda la Iglesia, consiste en hacer efectiva la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.
- Renuncia y seguimiento de Cristo.
Para lograr la fidelidad al Padre, debemos acudir al llamado de Cristo, conforme a las exigencias de su seguimiento: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mateo 16, 24).
¿Qué significa «renunciar a sí mismo»?
En un momento en el que nadie está dispuesto a renunciar a nada, Jesús presenta la renuncia como condición para estar en su compañía.
Es renunciar al pecado, a dejar de ser el centro, y establecer correctas relaciones con Dios y con los semejantes. Es decir, recuperar la primacía del precepto del amor, adoptando a Cristo, como único modelo: «Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros» (Juan 13, 34).
La medida del amor de Cristo, es amar sin medida.
La Cruz, que padeció por nosotros, es la medida de su amor, y de su Padre, por cada uno nosotros. Los discípulos y discípulas hacen propia esa saludable renuncia. Aprenden a seguir a Jesús, siendo como Él. No constituye un simple acompañamiento. Es convivencia y amor.
- Sólo el amor vence al odio y se constituye en la verdad.
Cristo enseña que amar es dar la vida y, por ello, poseerla de verdad. El odio es perder la vida. El reinado del odio es un reinado de muerte. Es preciso destacar esa relación. A veces aparece, con persistencia, en la vida corriente, como si fuera obvio. No se necesitan grandes exposiciones. Amar es obedecer a Dios y comprometerse en bien de los demás. Afortunadamente en la actualidad se producen manifestaciones de auténtico amor, con más frecuencia que lo imaginado. No obstante, se publicita más el odio que el amor. Tiene más mercado la violencia que la paz. El plan de Dios, que encuentra su cauce en el Evangelio, logra su cumplimiento mediante el empeño de los mejores en favor de un mundo nuevo.
- Homilía del
domingo 3 de septiembre.
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