Por Jonatan Loidi
Que la Argentina se encuentra en caída libre desde hace años no es ninguna novedad y que la política no parece encontrarle la vuelta, tampoco.
Ahora bien, si por un momento pudiéramos aislar a la política y sus luchas de poder y lograr pensar en un plan a largo plazo ¿Dónde deberíamos poner foco?
Todo país exitoso, entendiendo por exitosa a una nación que logra bajos niveles de pobreza, que permite reducir la desigualdad, que fomenta la libre competencia y creación de empresas, seguridad social, libre expresión y bajos niveles de corrupción, etcétera, cuenta con al menos tres componentes básicos que, como el agua y el oxígeno, son vitales para la vida en el planeta, estos tres componentes lo son para el desarrollo económico y, por ende, de la sociedad.
El primer componente, sin el cual no vale la pena analizar los siguientes, consiste en lograr una relativa estabilidad macroeconómica. Antes de que te veas motivado a abandonar el artículo por considerarlo imposible, te aclaro que me refiero a la estabilidad de por ejemplo Perú, Bolivia o Paraguay. No hablo de Suiza o Noruega.
Sin estabilidad macro es imposible pensar en desarrollo económico y sólo es posible pensar en estrategias de supervivencia, inventiva, creatividad y cortísimo plazo. Es imposible planificar y la distorsión es tan grande que ni siquiera con plata en el banco uno puede estar tranquilo, ya que lo que hoy es una buena noticia, mañana no lo es.
El grado de locura macroeconómica de la Argentina es caso de estudio en todo el mundo, no sólo por la dispersión de las variables, sino también por largo y profundo. Recordemos que la Argentina, salvo lapsos muy esporádicos, lleva más de 70 años de convivir con inflación, recesión, con monedas que cambian de nombre y pierden valor de manera irremediable, déficit permanente, un Estado que crece y una actividad privada que decrece, incrementos incesantes de la pobreza e indigencia, entre muchas otras ya conocidas.
El gran error de los políticos argentinos radica en considerar que la política está por encima de la economía y no al revés. Sólo es viable hacer política de largo plazo con una economía estable.
El principal objetivo de un plan económico de crisis consiste en lograr estabilización y proyección de las variables económicas, en resumen, dar certidumbre y previsibilidad. Si lo logramos podremos dar paso al siguiente paso.
La segunda etapa es la inversión, que a diferencia de lo que muchos políticos intentaron, no debe pretender en el corto plazo que sea externa, o sea de agentes económicos ajenos al país, ya que como lo sufrió juntos por el cambio en el Gobierno de Macri. En el corto plazo, hasta que demostremos que la estabilidad es de largo plazo y real, sólo vendrán inversiones financieras especulativas que intentarán aprovechar el rebote y una vez alcanzado hacerse de la ganancia y retirarse.
Lo que se necesita es inversión interna, que los propios argentinos decidan volcar sus ahorros en su propio país. Lo cual es algo lógico, si no invertís vos en tu país como podés pretender que alguien de afuera lo haga a largo plazo. Recordemos que se calcula que los argentinos tienen aproximadamente 400 mil millones de dólares fuera del sistema, esto hoy equivale a un PBI anual ¿Imaginan si esto volviera en forma de inversión?
Ahora bien, para que esto vuelva en forma de inversión de largo plazo es necesario crear las condiciones para que estos inversores confíen en su país y por ello la importancia del primer paso. Richard Fischer de la universidad de Columbia estimó que para que se genere confianza es necesario al menos, 10 años de estabilidad macro, idealmente con dos cambios de Gobierno y si es posible de diferente signo político. De esta forma se estará demostrando que las reglas básicas de estabilidad transcienden las diferencias políticas, a esto se lo llama madurez económica, donde los gobiernos cambian, pero las bases de la economía no se discuten. Como propone Martín Redrado en su libro Argentina primero, es clave que las bases de la economía cuenten con apoyo de toda la política y se reflejen en leyes debatidas en el Congreso. Grabar en piedra las bases de la política económica con foco en: baja inflación, estabilidad monetaria y cambiaria, independencia del banco central, leyes laborales modernas, ley previsional sustentable, superávit fiscal, etcétera. Algo que a esta altura parece increíble tener que discutir.
Una vez superada la etapa de inversión interna y demostrando que hay seguridad jurídica y estabilidad económica las inversiones extranjeras vendrán, pero pensando en el largo plazo y no solo la especulación del corto plazo.
Lograda la etapa una y dos, es cuando llegamos a la más importante y donde se logra el verdadero desarrollo económico y, sobre todo, donde se puede empezar a revertir la matriz de pobreza. Esta etapa es la de productividad.
En esta etapa es donde se empieza a hablar del plan estratégico del país, este plan tiene en cuenta las fortalezas y debilidades de la nación frente a otros países. Consiste en partir a la Argentina en pedazos más chicos por rubro y región.
Sin soñar demasiado, pensemos en lo que la Argentina tiene para crecer en rubros ya conocidos como por ejemplo el campo, donde se calcula que por falta de infraestructura y las limitaciones ya conocidas, existe aún hoy un 30 a 40 por ciento de posibilidades de incremento en la producción.
Pensemos en el turismo que fue por ejemplo lo que salvo a España en Europa. Contamos con un país con todos los climas y paisajes, diversidad cultural, riquezas naturales, etcétera.
Rubros como la minería sustentable entre los que se encuentra por ejemplo, el Litio. Antes que me salten a la yugular los ambientalistas, quiero la minería de Australia o Canadá, que ya demostró que puede ser sustentable.
Pensemos en la riqueza de nuestras costas, que debe ser tal, que justifica a barcos chinos a que crucen medio mundo, pesquen y vuelvan, obteniendo rentabilidad. Si para ellos es rentable imagino para nosotros también.
Vaca muerta que puede proveer de gas a toda la región y de paso revertir el déficit energético en el que estamos sumergidos desde hace años.
Las industrias del conocimiento que, sin ayuda, posicionan al país como el segundo de toda Latinoamérica con mayor cantidad de unicornios.
Y podríamos estar llenando páginas y páginas de oportunidades, que no son sueños utópicos, están alcance de la mano. Pero claro, requieren de pensar a largo plazo, algo de lo que carecen nuestros dirigentes políticos y cuya falta genera desanimo y como se explica en el libro «¿Por qué fracasan los países?» nos transforma en una economía expulsiva, donde los buenos y con talento huyen a países más estables.
Hace poco escuche una historia que me pareció aplicable a la realidad argentina.
«Si recoges 100 hormigas negras y 100 hormigas rojas y las pones en un jarro de vidrio nada pasará, pero si tomas el jarro, lo sacudes violentamente y lo dejas en la mesa, las hormigas comenzarán a matarse entre sí. Las rojas creen que las negras son las enemigas mientras que las negras creen que las rojas son las enemigas cuando el verdadero enemigo es la persona que sacudió el jarro».
Lo mismo ocurre en la sociedad. Hombres vs mujeres. Izquierda vs derecha. Rico vs pobre. Fe vs ciencia. Joven vs viejo, etcétera.
Antes de ponernos a pelear entre nosotros debemos preguntarnos ¿Quién sacudió el jarro?
Reflexionando sobre esta historia, es momento de no discutir más el qué o el cómo, es momento de discutir el quién.
Cualquier gobernante que pasa más tiempo en tribunales que en su escritorio describe claramente sus actos y prioridades. No necesitamos iluminados, necesitamos políticos que comprendan de una vez y para siempre, que la única forma de trascender consiste en lograr estabilidad y desarrollo, con ello podrán disfrutar de muchos años de gobierno y poder. Y, sobre todo, algo no menor, caminar por la calle sin miedo a ser abucheados y despreciados por propios y ajenos.
El autor es CEO del GrupoSet Latam.
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