Por Diego Guelar
Este año tiene que ser el de la preparación de un nuevo esquema de convergencia política, económica y financiera entre ambos países que nos permita alcanzar una visión geoestratégica compartidas y superar las enormes diferencias sociales que hoy padecemos en toda la región.
El presidente, Alberto Fernández partió presuroso a la asunción del presidente Lula Da Silva, en Brasil. Expresó, enfáticamente, su repudio a la administración de Jair Bolsonaro, con quien no quiso verse durante los tres años de su mandato en la Casa Rosada. Tampoco Bolsonaro expresó interés alguno de su parte.
Ambos, uno con argumentos de derecha y el otro de un supuesto «progresismo», marcaron que había «dos Brasiles» y «dos Argentinas» incompatibles. Quisieron jugar el peligroso «juego de la Guerra Civil» donde una parte tiene que «aniquilar» a la otra, que es considerada «enemiga» y portadora de valores «comunistas» o «neoliberales».
Los dos países tuvieron largas contiendas internas para definir su identidad (como casi todas las naciones del mundo) pero, después de las dictaduras militares de los 60, los 70 y los 80, los dos vecinos tomaron rumbos diferentes.
En la Argentina, Raúl Alfonsín y Carlos Menem -más allá de sus intenciones y sus logros institucionales- no pudieron consolidar la «transición democrática» y caímos en la crisis de 2001.
En Brasil, los presidentes Sarney, Cardoso y Lula, lograron, aún con sus diferencias, estabilizar el sistema político y económico, perfeccionando un sistema que, no sin cimbronazos, puso a Brasil en la lista de la primera docena de economías del mundo y que su PBI llegara a representar más de la mitad del subcontinente sudamericano.
Los últimos tres años fueron de puro desencuentros y parálisis de la asociación estratégica argentino-brasileña que comenzara a construirse en la Conferencia de Uruguayana -20/5/1961- entre los presidentes Frondizi y Quadros. Mas tarde, ocurrirían los acuerdos de complementación económica entre Alfonsín y Sarney -1985- y, finalmente, los tratados de Asunción -1991- y Ouro Preto -1994- que, sumando a Paraguay y Uruguay, formarían el Mercado Común del Sur (Mercosur).
Sobrevino una década de grandes logros -para el 2011, alcanzaríamos los 40.000 millones de dólares de comercio intrarregional- seguida de otra década de parálisis que no llevara a los menos de 20.000 millones de comercio actual.
La «ideologización insustancial y mediocre, de los últimos tres años, sólo profundizó las dudas y desconfianzas que habían existido durante los primeros 150 años de nuestra existencia como naciones independientes
El peor escenario actual, sería el de utilizar el vínculo circunstancial entre jefes de Estado, para generar una «asimilación viciosa» entre situaciones muy diferentes que requieren su correcta diferenciación. Conflictos de poderes, el llamado «lawfare», definiciones de nacionalismo extremos o supuestas conspiraciones internacionales, no son la base de la reconstrucción de los pilares de la asociación estratégica argentino-brasileña.
Por el contrario, este año 2023 tiene que ser el año de la preparación de un nuevo esquema de convergencia política, económica y financiera que nos permita alcanzar una visión geoestratégica compartida, con una moneda común -en construcción por lo menos en los próximos 10 años- y un desarrollo sostenido y sustentable que nos permita superar las enormes diferencias sociales que hoy padecemos en toda la región.
Las lágrimas y la vergüenza expresadas por el presidente Lula en su discurso de asunción, nos representa a todos en la dimensión del desafío que tenemos por delante.
Esa transición tiene que estar madura para diciembre de 2023, cuando nuevas autoridades asuman el poder en la Argentina y tengamos en el horizonte inmediato tres años por delante de convivencia con el presente mandato del presidente Lula. Tendremos allí, la misma responsabilidad que hoy enfrenta el presidente Lula: reconstruir la unidad nacional después de un período de grieta profunda.
Si el Gobierno argentino actual no quiere hacer un mero ejercicio cosmético y de especulación electoral, tiene que entender que el vínculo con Brasil es de la «Argentina toda» con «todo el Brasil» y no la expresión mezquina de un partido o un frente que ya, al día de hoy, representa a no más del 30 por ciento de los argentinos. Del lado brasilero, el presidente Lula ha sido muy claro al definir que «no hay dos Brasiles» y que él será el «Presidente de todos los brasileños».
Parece una ingenuidad pedir grandeza y sentido histórico, pero es el momento de pensar en grande sin egoísmo ni coyunturalismo pequeño.
Estoy seguro que nuestros hermanos brasileños, así como los uruguayos y paraguayos (y también nuestros socios bolivianos y paraguayos) esperan eso de nosotros. No los defraudemos.
El autor es ex Embajador argentino en Estados Unidos, la Unión Europea, Brasil y China.
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