Por Pascual Albanese
Si Perón no hubiera sido el fundador del movimiento popular más importante de América Latina ni el único compatriota elegido tres veces presidente constitucional ni la personalidad política más relevante de nuestra historia moderna, es decir si Perón no hubiera sido todo lo que hoy suele evocar su memoria, seguramente sería recordado como el pensador político argentino más relevante del siglo XX, como fue Juan Bautista Alberdi en el siglo XIX. Con una diferencia muy significativa: Alberdi fue un brillante intelectual. Por eso su pensamiento precisó de un ejecutor político: Julio Roca. Perón, en cambio, fue su propio Roca. Lo excepcional de Perón es que la dimensión de su obra ocultó muchas veces el valor del pensamiento político que la inspiraba. Esa ignorancia explica mucho de lo que sucede en el peronismo de hoy.
Alain Rou quié, un historiador francés que conoce bastante bien la Argentina, publicó en 2019 un libro titulado El siglo de Perón. Lo más valioso de su contenido es que el siglo al que se refiere no es el siglo XX, cuando Perón vivió y murió, sino la época que vivimos. De esta forma ayuda a entender que, para hacer honor a su legado, no se trata de recitar mecánicamente a Perón, sino de emplear sus propias categorías de análisis de la realidad para repensar su mensaje en función de la nueva realidad mundial.
Para Perón lo fundamental de la política es «fabricar la montura propia para cabalgar la evolución». La cuestión reside en descubrir las claves que permitan interpretar lo que sucede en cada etapa de la evolución histórica. Mucho más cuando asistimos la emergencia de una verdadera sociedad mundial, una materialización de ese devenir que a comienzos de la década del 70 Perón anticipó como la llegada de la fase histórica del «universalismo».
El vector de este cambio mundial es la revolución tecnológica experimentada en las últimas décadas, que tiene su expresión más acabada en la economía estadounidense, motor de esta naciente sociedad del conocimiento. La característica central de la época es la contradicción entre esas sociedades que viven a la velocidad del despliegue tecnológico y la subsistencia de las estructuras económicas, políticas y sociales previas a esta transformación que resultan cada vez más impotentes para guiar el rumbo de los acontecimientos. Esto explica la crisis de representación, expresada en la irrupción de las más diversas expresiones de disconformidad colectiva.
Esta nueva sociedad mundial nada tiene que ver con la imagen acartonada de un mundo plano, carente de pliegues, rugosidades y conflictos. Como sostiene el Papa Francisco, su imagen no se asemeja a una esfera sino a un poliedro. Ya en 1974, en su Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, Perón subrayaba que «el universalismo constituye un horizonte que ya se vislumbra y no hay contradicción alguna en afirmar que la posibilidad de sumarnos a esta etapa naciente descansa en la exigencia de ser más argentinos que nunca».
EL SISTEMA DE PODER MUNDIAL
En el nuevo sistema de poder mundial Estados Unidos y China compiten por la supremacía. Pero el dato estratégico central es que, más allá de la obvia disputa por el liderazgo, rige un acuerdo implícito, basado en la amplia gama de intereses comunes surgidos de la interdependencia económica entre ambos competidores. Una de las peores catástrofes que le podría ocurrir a Estados Unidos sería una debacle de la economía china y, a la inversa, una de las peores hipótesis para China sería un colapso de la economía estadounidense.
Si en la guerra fría la bomba atómica instauró el principio de la destrucción mutua asegurada, que impidió el estallido de un conflicto bélico entre Estados Unidos y la Unión Soviética y sostuvo la paz mundial durante más de 40 años, la interdependencia económica implica la validación de ese mismo principio en la relación entre Estados Unidos y China.
La carrera tecnológica, centrada en el dominio de la inteligencia artificial, no excluye un vasto espacio de cooperación recíproca, reflejado en el volumen del intercambio comercial y los intereses de las empresas estadounidenses en China y las corporaciones chinas en Estados Unidos. Conflicto y cooperación es la fórmula que vincula a las dos superpotencias.
Así como en la guerra fría la inserción internacional de un país podía definirse a partir del tipo de relaciones que mantenía con Estados Unidos y con la Unión Soviética, la participación de cada nación en el sistema global puede medirse hoy en función de sus vínculos con Estados Unidos y con China. Por esa razón pierde sentido práctico la idea de alineamiento automático. Lo relevante es la calidad de la integración de cada país en el sistema mundial.
LA JUSTICIA SOCIAL HOY
El nuevo escenario modifica la naturaleza de la cuestión social y demanda redefinir el significado de la justicia social, que para Perón constituye la brújula permanente de la acción política. Porque las desigualdades en la distribución del ingreso, la calidad del empleo, las posibilidades de incorporación al mundo laboral y hasta la línea divisoria entre la inclusión y la exclusión social estarán cada vez más determinadas por el acceso de los países, las regiones, los grupos sociales y los individuos a las innovaciones derivadas del cambio tecnológico.
En este contexto, la única respuesta posible es la puesta en marcha de una Revolución de la Educación y del Trabajo que promueva la creación de las condiciones propicias para la incorporación de la Argentina como Nación, y no sólo de una minoría privilegiada, a esta sociedad del conocimiento.
La tarea de impulsar un salto cualitativo en el campo de la formación laboral y profesional, redefinida en términos de educación permanente, adquiere hoy una dimensión social tan trascendente y revolucionaria como la que alcanzó en su momento la legislación laboral que distinguió a la revolución social encarnada por el peronismo entre 1945 y 1955.
UNA OPORTUNIDAD HISTÓRICA
Pero el replanteo de los caminos hacia la justicia social requiere enfatizar que no existe ninguna política social exitosa que no esté inscripta en una política de desarrollo económica. Perón decía que «para repartir pedazos más grande de torta es preciso agrandar la torta». El avance social es inseparable de la creación de riqueza a través de la liberación de las fuerzas productivas. En una economía globalizada, ese requerimiento implica la necesidad de participar exitosamente en la carrera internacional de la competitividad.
La Argentina tiene por delante una oportunidad histórica: la explosión de crecimiento de los países asiáticos, liderados por China y la India, acompañada por el constante incremento de la capacidad de consumo de sus poblaciones, acarrea un incesante aumento de la demanda de alimentos. El abastecimiento de la «mesa de los asiáticos» es un objetivo central en una estrategia de desarrollo nacional.
En septiembre de 1944, en el mensaje pronunciado en el acto de constitución del Consejo Nacional de Posguerra, el organismo encargado de la planificación de su futura acción de gobierno, Perón señaló: «La técnica moderna presiente la futura escasez de materias primas perecederas y orienta su mirada hacia las producciones de cultivo. En el subsuelo inagotable de las pampas de nuestra Patria, se encuentra escondida la verdadera riqueza del porvenir».
La conversión de la Argentina en una potencia alimentaria supone redefinir nuestra geografía económica para avanzar en la ampliación de la frontera agropecuaria y el aprovechamiento intensivo de la totalidad de los recursos naturales, en particular la energía y la minería. Ese rediseño territorial imprime viabilidad a una estrategia orientada hacia una redistribución de la población que demanda el lanzamiento de una nueva epopeya colonizadora equivalente a una Segunda Conquista del Desierto.
FEDERALISMO Y COMUNIDAD ORGANIZADA
Esa reaparición de la Argentina federal es el punto de partida necesario para la reformulación del sistema institucional en el sentido señalado por Perón, que definía a la comunidad organizada como la «conjunción entre un Gobierno centralizado, un Estado descentralizado y un pueblo libre». Para Perón ese «Gobierno centralizado» se articula con un «Estado descentralizado» signado por una creciente asunción de poderes y responsabilidades por parte de las provincias y los municipios.
El aporte original de esa visión de Perón sobre la comunidad organizada es el protagonismo de las organizaciones libres del pueblo como núcleo de una democracia participativa que amplía el sistema de representación y fortalece su legitimidad. Perón diferenciaba entre «masa» y «pueblo» y lo que a su juicio distingue ambas categorías es, precisamente, la organización.
Pero el concepto de comunidad organizada no es una noción estática, detenida en el tiempo. Está obligado a evolucionar junto con la sociedad. En esta sociedad cada vez más diversificada y compleja irrumpen nuevos actores cuya presencia es imposible desconocer. Es el caso de los movimientos sociales, concebidos como formas incipientes de organización de los excluidos, y de todas las nuevas manifestaciones organizativas que expresan la inmensa riqueza y la vitalidad de la sociedad civil.
PRAGMATISMO E INTERÉS NACIONAL
Hace más de 50 años Perón recalcaba que «la política puramente nacional es una cosa casi de provincias. Lo verdaderamente importante es la política internacional que juega desaprensivamente por adentro y por afuera de los países». Esta realidad exige compatibilizar una férrea afirmación del interés nacional con el ejercicio de un pragmatismo y una cultura de la asociación acorde a la época.
Ese imperativo supone el fortalecimiento de la relación con Estados Unidos, reconociendo su condición de eje del sistema de poder mundial, y con China, la superpotencia ascendente, que constituye una inmensa fuente de oportunidades. Pero en la situación de la Argentina lo fundamental de su inserción en el mundo pasa por su asociación con Brasil, nuestro principal socio comercial y aliado estratégico necesario a nivel regional y global, tal como planteó a Perón a principios de la década del 50 con su propuesta del ABC (Argentina, Brasil, Chile).
El núcleo de esta alianza estratégica, cuyo imperiosidad trasciende las diferencias ideológicas entre los gobiernos, es la transformación de América del Sur en la mayor productora de proteínas y abastecedora de alimentos a los centenares de millones de consumidores de la nueva clase media en ascenso del continente asiático, lo que convertiría a la región en un actor de relevancia en el escenario global.
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