Yésica Yolanda Bopp es una mujer resiliente. Siempre lo fue. Desde adolescente, cuando tuvo claro que no le atraía jugar con muñecas y quiso arrancar con el boxeo, a los 16 años, en una época donde había muy pocas mujeres boxeadoras dentro de un deporte eminentemente machista. A los 24 ya era campeona del mundo y hoy, a los 37, ya está en el Libro Guinness como la boxeadora con mayor permanencia de un título mundial (desde 2008 a hoy, 12 años y siete meses). Pero, claro, es habitual que en su vida -y en su carrera- se presenten contratiempos que deba superar. Hace meses tuvo uno que la golpeó y cambió su realidad, como fue la cancelación del Preolímpico de boxeo y, por ende, de su sueño olímpico. Y ahora, hace 25 días, sumó la segunda derrota de su trayectoria (36-2, con 16 nocauts). En su primera pelea en casi dos años y medio, perdió en Misiones con la santafesina Juliana Basualdo. Justo cuando está a días de defender su cetro minimosca de la AMB, en Colombia.
Pero ella, como siempre, mantiene su temple. «Lo del Preolímpico fue un golpe, tenía mucha ilusión de estar en Tokio y traer una medalla para nuestro país. Pero la derrota de septiembre no, porque es parte del proceso, de volver al ring, para retomar el ritmo, luego de mucho tiempo sin pelear. Mi objetivo está en el 22, en retener el título en la velada íntegramente de boxeo femenino que se hará por segunda vez en la historia», cuenta quien enfrentará a la venezolana Johana Zuniga. Pero la Tuti, además, no deja de ser esa mujer «que quiere ser más que una boxeadora». Madre, psicóloga social, entrenadora y permanente en el trabajo solidario, en esta nota cuenta cómo sigue su vida fuera del ring…
Volviste y perdiste, pero no se te nota preocupada. Al contrario.
-No, primero porque lo tomé más como un regreso al ring y segundo porque volví en una categoría que no era la mía, dando ventajas de peso, contra una boxeadora de brazos más largos y en un combate a seis rounds cuando yo estoy acostumbrada a ir a 10. Todo lo teníamos en cuenta, podía pasar, pero la prioridad era hacer una pelea previa antes de ir por el título.
Siempre se aprende de las derrotas, ¿qué aprendiste en este caso?
-Tal cual, es así. Aprendí que, a mi edad, tengo que darle más importancia a los dolores, a la recuperación… A veces creo que todo lo puedo, que cuando caliento todo se pasa, y no es así. Ahora sufrí por una fascitis plantar, peleé infiltrada y durante la pelea me agarró un tirón que no me dejaba pisar bien. Y yo, que soy un 80 por ciento piernas, me vi limitada. No quiero que me vuelva a pasar, por suerte ya estoy entrenando sin dolores.
¿Cómo te afectó la cancelación del Preolímpico?
-Y, fue un golpe duro, porque tenía mucha ilusión de ser olímpica, de vivir esa experiencia, de traer una medalla para el país… Era la gloria poder estar en el primer Juego con boxeo femenino, yo había apostado a eso. Hacía meses que había cambiado la forma de entrenar, porque una cosa es el boxeo profesional y otro el amateur. En el segundo se necesita mucha cantidad de golpes sin fuerza, tal vez al revés de lo que yo estaba acostumbrada. Tuvimos mucho tiempo entrenando, incluso concentrando en el Cenard, y cuando se cayó el sueño, tuve que reacomodar todo, volver al ámbito profesional, retomar ese tipo de entrenamiento…
¿Cómo llegás entonces para defender el título?
-Primero muy ilusionada porque volveremos a vivir una velada totalmente de boxeo femenino, como pasó en La Guaira (Venezuela) en 2016. Ahora serán cinco o seis peleas profesionales en Colombia. Y en lo físico estoy bien, ya sin dolores, y afinando todo para llegar bien al peso, en mi categoría (hasta 49 kilos). Nada puede fallar. Toda las ganas, toda la bronca, se la va a llevar de regalo la boxeadora venezolana (se ríe). Vuelvo con Tuti (se ríe más fuerte).
¿Con qué sueño?
-Sigo queriendo tener mi chance en Las Vegas.
Y fuera del ring, ¿cómo sigue tu vida?
-Acompañando a mi marido, el Cuervo Silva, que ganó en septiembre, retuvo el título y ahora va por el récord argentino, siendo mamá de mi nena cada día más grande (Ariadna, de 6 años) y reabriendo mi gimnasio en el club El Progreso en Sarandí. No estoy ejerciendo de psicóloga social pero sí sigo metida en charlas de liderazgo y ahora estoy comenzando un nuevo proyecto solidario con la Huella Saint-Gobain, este programa que ya lleva 11 años ayudando a lugares carenciados y yo estoy desde 2015.
¿Qué lugar elegiste ahora?
-Es un hogar transitorio para chicos y chicas (hasta 17 años) en situaciones de emergencia, que tiene como objetivos dar contención, escuchar las problemáticas de adolescentes que están lejos de sus casas, y buscar opciones de una revinculación familiar y social. Fuimos a entregar materiales de la empresa para mejorar toda la parte exterior del edificio y asistimos a la capacitación de las personas que lo van a hacer, que es otro aporte del programa. No sólo la donación sino también el enseñar, dejar una huella de esa forma. Parece menor pero poner más lindo un lugar así es importante para quienes viven, aunque sea temporalmente.
Y con qué te encontraste en el lugar, a ustedes los embajadores les gusta interactuar con la gente, conocer realidades.
-Sí, siempre te pasa algo especial cuando vas a alguno de los lugares que elegimos cada año para ayudar y pasa que seguís conectado. Me pasa a mí, con el gimnasio de boxeo que refaccionamos en Concordia y otro en La Plata. Continuamos en contacto para seguir ayudando. Y acá, en este centro, me pasó con me encontré con dos chicos de 14 y 15 años que practican boxeo y me conmovió. Estuve charlando con ellos, trajeron sus guantes, hicimos una foto y les di algunos consejos. También me puse a disposición del lugar para hacer ahí una escuelita de boxeo.
«Se tienen que enfocar en hacer lo que mejor que puedan, dar todo buscando la mejor versión, con pasión». «Canalizar a través del deporte, sobre todo en chicos, te permite canalizar mucho, te motiva, te lleva a otra vida, a un trayecto de objetivos y cuidados, en lo físico, en la alimentación, en los descansos… El deporte te organiza y te da un motivo para el día a día».
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