Entre el 11 de febrero y el 24 de marzo de 1979, la muerte de tres ancianas conmocionó al barrio porteño de Monserrat. Pese a que eran muy seguidas, primero pensaron que las causas fueron naturales, pero la hija de una de las mujeres comenzó a sospechar algo raro, porque en todos los casos, había algo que se repetía: todas las fallecidas, habían visto y compartido un té con masitas con una amiga que tenían en común y a la que, días antes, le habían reclamado el dinero de una deuda. Era la correntina, «Yiya» Murano, quien a partir de entonces iba a pasar a la historia como una de las más grandes criminales de la Argentina.
María Bernardina de las Mercedes Bolla Aponte de Murano, más conocida como «Yiya» Murano, nació en Corrientes el 20 de mayo de 1930. Pertenecía a una familia burguesa de la provincia que luego fue cayendo en desgracia. Pese a eso, ella mantuvo los gustos y las costumbres de la clase alta y así se lo reconocían sus amistades cuando fue a vivir a Buenos Aires.
Para 1953 se casó con el abogado Antonio Murano y, a partir de entonces, aunque había estudiado para ser maestra, no volvió a trabajar. Esto, sin embargo, no la hizo mostrarse más modesta con sus gustos: usaba joyas, abrigos de piel, y ostentaba una vida de clase alta, pese a que el departamento en el que vivían era más bien sencillo.
De las muchas historias que se escribieron sobre «Yiya», todas coinciden en mencionar que fue su codicia la que la llevó a cometer los crímenes sin mostrar ningún tipo de remordimiento. De sus víctimas, Nilda Gamba y Lelia Formisano de Ayala, eran sus amigas y Carmen Zulema de Giorgio Venturini, su prima.
Todo había comenzado con Carmen. «Yiya» le ofreció hacer una inversión mínima que podría dejarle ganancias a cambio. El primer monto que le dio a su prima no fue muy significativo, pero lo que sacó a cambio la tentó a poner más. Fue ella quien le comentó del negocio a Nilda y esta, a su vez, a Lelia.
En pocos meses, «Yiya» se había vuelto íntima de las tres y las visitaba con frecuencia. Pero todo comenzó a cambiar cuando a principios de febrero de 1979, las mujeres empezaron a reclamarle que les devolviera el dinero que pusieron, a cambio de los pagarés que la correntina les había dado como garantía.
LOS CRÍMENES
Nilda fue la primera. Falleció la madrugada del 11 de febrero. Los médicos indicaron que sufrido una intoxicación severa que le provocó un coma irreversible. La noche anterior, cuando comenzó a sentirse mal y llamó al médico, le dijo que sólo había estado tomando un té con su amiga «Yiya». El parte decía que la causa de muerte había sido un paro cardíaco no traumático. Lo firmó un doctor al que Murano le dio una propina. Eso evitó que se le hiciera la autopsia.
La segunda fue Lelia. El 22 de febrero, los vecinos de su departamento denunciaron un fuerte olor que venía de allí. El encargado forzó la puerta y la encontraron muerta, sentada frente al televisor. En una mesita tenía comida, restos de masas finas y de un té. La causa de muerte, firmada por el mismo doctor que extendió el certificado de Nilda, decía lo mismo.
Después se supo que la última persona vista salir del lugar antes de la muerte de la mujer, fue su amiga «Yiya». La fue a ver para calmarla porque Lelia le pedía el dinero que le había prestado. Tomaron té y acordaron ir al cine esa noche, pero Murano dijo que regresó y nadie le atendió cuando llamó a la puerta.
Carmen fue la última. El 24 de marzo comenzó a sentirse mal, salió de su departamento, pidió ayuda, y se desmayó en el pasillo. Cuando los vecinos la atendían y esperaban la ambulancia, llegó «Yiya» y dijo que ella la acompañaba. «Mema», como la conocían, murió de camino al hospital. Murano le preguntó al paramédico si iba a ser necesaria la autopsia.
DESCUBIERTA
«Mema» tenía una hija, Diana que fue quien comenzó a dudar de «Yiya». Cuando revisó las pertenencias de su madre notó que no estaban los pagarés de la deuda de su amiga. Luego, le preguntó al portero y este le dijo que fue Murano la última en entrar al lugar. Acto seguido, escuchó la frase que cerraría las dudas: «¡Qué lástima! Tres amigas mueren en tan poco tiempo».
Lo demás es historia conocida: Diana hizo la denuncia y a «Yiya» la detuvieron en abril cuando descubrieron que el veneno usado era cianuro. La condenaron meses después por «asesinato en primer grado y estafas reiteradas». En 1993, la famosa ley del «2×1» le permitió salir en libertad. Dicen que a los jueces que ordenaron su salida, les envió bombones.
«Yiya» murió sola en un geriátrico de Belgrano el 23 de junio de 2014. Hasta su último día sostuvo que era inocente.